Hace algún tiempo entrevisté al realizador de sonidos, Alain Ortiz Checa. El azar y la causalidad, prácticamente, hicieron casi naufragar -en una de las tantas grabaciones que conservo-, esta conversación con un verdadero artista del sonido, merecedor del reconocimiento en una especialidad que tiene un toque secundario cuando la obra discográfica se concluye y disfrutamos del casi final; mientras desconocemos el necesario principio.

-¿Cómo llegas a convertirte en un profesional en la especialidad del sonido?

-Vengo de una familia de Checas, bastante conocida en el mundo de la música y la ingeniería de sonido por ese apellido Checa. Es una historia de saltos que me llevaron a la vocación por la cual hoy me considero entre los especialistas. Por supuesto, llena de secretos que se aprenden de la experiencia de otros, de la virtud o el talento propios para descifrar los laberintos codificados del sonido. Te explico:

“El sonidista es como un chef de cocina. Lo que hacen los ingenieros de sonidos es mezclar lo que producen todos los instrumentos involucrados en un formato de agrupación, incluyendo la voz. Conformas lo que está sucediendo con esa sonoridad y debes velar porque confluyan y tengan una relación armónica, sin que un instrumento sobrepase a otro”.

-¿Estudiaste en alguna escuela para este propósito?

-Quería ser músico. Vivía cerca del Conservatorio Alejandro García Caturla. No era complicado ingresar en una de estas escuelas, en mi tiempo. Corrían los primeros años de los ochenta. Prácticamente solicitaban que ingresaran niños con talentos. En las escuelas del sistema de enseñanza general se incluían clases de apreciación musical; mientras en la radio se podía aprender con la profesora María Álvarez Ríos, quien impartía clases, en un programa que no recuerdo por cuál emisora se transmitía.

“Quería ser pianista, pero no me aceptaron por mi estatura, las manos…, también deseaba tocar bajo, pero tampoco. No disponían de ese instrumento. Tenía que estudiar guitarra. Fue una carrera campal. Mi profesor, Molina, me sugirió estudiar percusión. Pero también resultaba muy indisciplinado. Me expulsaron tres veces de la escuela.

“Vivía con mi abuela. Mis padres en el servicio exterior. Y como lo mío era fajarme, me llevaron a estudiar boxeo, en una escuela de deportes. Con la primera persona que boxeé fue con Hugo Bartelemy, quien con solo ocho años (de mi edad) era ya un campeón de boxeo. Me dio una “tranca” que hasta le mordí para que me soltara.

“Juan de Dios Prende, entrenador del equipo Cuba de balonmano solicitó entrenarme. Pero, una vez más, tenía el problema de la estatura. Me asumió y enseñó mucho. Llegué a ser bueno. Formé parte del equipo Cuba; mientras alternaba con los estudios de electrónica y computación, en algún tan dispar como el sonido y el balonmano.

“A partir de 1994, comencé a trabajar en la Egrem, tenía 19 años y alguna experiencia de sonido a cargo del audio, en hoteles. Mi suegro, Agustín, en aquel momento era director de la agencia nacional de producciones artísticas, (antigua VitCuba), y del departamento técnico del Centro Nacional de Música Popular, me hizo una propuesta para comenzar el 1 de diciembre de 1994, en el edificio ubicado en la avenida Ayesterán y General Suárez, del municipio del Cerro. Le decían VitCuba, al lugar, porque –antes de la Revolución- era donde ofrecían mantenimiento técnico a todas las vitrolas del país. Quedaban algunos técnicos desde entonces. Era un lugar con un tratamiento acústico muy bueno.

“Allí había una hemeroteca con una gran cantidad de discos de vinilo, incluso de 33 rpm, de todo lo que se escuchaba, por entonces, en el país. Necesitaban ese espacio y mandaron a liquidar, botar todo aquel valioso patrimonio de discografía y grabaciones.

“Sin que nadie me lo pidiera, me di a la tarea de salvar y rescatar, de no contribuir a destruir aquel repertorio de música, incluso algunos fonogramas únicos. Sentí que no podía formar parte del sacrilegio. Recuerdo que había una colección de discos con los himnos nacionales de todo el mundo. Los guardé en mi casa. Hablé con el entonces presidente del Instituto Cubano de la Música, Abel Acosta, sobre la necesidad de proteger aquellas joyas de la discografía. Como eran discos de vinilo y muchos –debido a la humedad y el tiempo en desuso-, se estaban echando a perder, algunos rayados, le dije que podía realizar un proceso de rescate con una pequeña inversión de equipos.
“Abel me pidió presentar el proyecto que había pensado: una computadora, una consola y un reproductor de discos que tuviera una salida analógica para digitalizar y masterizar. Incluido en un pequeño estudio móvil para el cual solicitaba una moto de la marca Fiallo con su cabina. Debía hacer una tarea de restauración sonora prácticamente: eliminar ruidos, saltos, etc.

“Incluso aquel estudio rodante podía utilizarse para la grabación de presentaciones musicales, en vivo, incluso con la posibilidad de conectarme al sistema de sonidos en espectáculos en teatros, con el objetivo de utilizarse, la grabación resultante, en la postproducción. El proyecto se perdió. No le hicieron caso.

“Un poco más adelante reapareció un proyecto similar al mío, un poco más grande, con más recursos del cual nació el sello Colibrí, uno de los más importantes del Instituto Cubano de la Música. No creo que fuera con mi idea, no pudiera ser tan pretencioso, pero sí considero que parte de la idea original de mi proyecto se hizo realidad.

“En la agencia de giras artísticas; es decir donde nace el sello Colibrí, allí, donde laboraba en el departamento de sonido, alguien tuvo la idea de fusionar dos áreas: giras artísticas y producciones artísticas con el objetivo de crear la agencia nacional. Por lo cual muchos de los técnicos de giras artísticas fueron a parar junto con nosotros. La estructura de ese lugar se remodeló en dos ocasiones y se crearon espacios más adecuados para sus funciones”.

-¿Cuando no estás en la Egrem, cuál es tu otra prioridad, en lo profesional?

-Disfruto mucho de la agrupación Clave de acero. Es mi hijo más chiquito, por ser la agrupación musical de mi esposa Yarami Hernández, Yari. Tenemos dos hijas de un matrimonio de más de 20 años. Es sangre de la vida de nosotros, Clave tiene apenas unos años, ha sido un esfuerzo sangreado, se lo debemos a muchas personas como el propio Abel Acosta, no puedo dejar de mencionar a Orlando Bistel a quien le debemos la vida, a Osmany López Castro, entre otros. Llevo muchos años en este circuito”

-¿Te ayuda ser un profesional reconocido, en cuanto a las solicitudes de los productores?

-Soy conocido, pero me niego a ser famoso. Quiero hacer bien lo que me toca. Es una profesión de mucho respeto. Nosotros trabajamos con propiedad intelectual, los sueños de muchos realizadores, creadores. Somos los técnicos encargados de llevarlos a términos, hacerlos realidad, a ser custodios de que esos sueños no se filtren, no se vayan por donde no deben irse. “Cuidar la propiedad intelectual del creador es una alta responsabilidad. Conservamos, incluso, momentos de grabación únicos, que no se incluyen en los discos, pero son reutilizables, después. Estamos grabando, por ejemplo, a Isacc Delgado, Charanga Habanera, Habana de Primera, y de hecho tenemos todas esas producciones en nuestras manos. Son músicos de grandes niveles. Somos parte del trabajo por el cual pueden recibir un premio Grammy, a un autor, a un disco. Los productores vienen a plasmar su producción. Es un patrimonio. Aquí surgen obras valiosísimas.

-¿Cómo surge Clave de acero?

- Es un sueño de Yari, mi esposa quien fuera directora musical de la Stell band de La Habana, de una de las dos Stell band que existían en Cuba: una en Santiago de Cuba. Por intereses de Yari, decidimos crear Clave de acero para ayudarla a realizar sus sueños. Ella es creadora y lo demuestra como parte de sus raíces en la familia de un grande Ignacio Piñeiro. Tenemos muchos temas que nos permiten hacer varios discos sin recurrir a otros creadores lo cual, por supuesto, no es excluyente.

“Por ejemplo, como sonidista, tengo más de 370 canciones de Yari, en mi poder. Es mi mano derecha, mi almohada, mi hermana, el amor, todo. Lo colegiamos todo. Por eso me atrevo a meter las manos en cosas que hacen sus músicos. He aprendido también de mis hijas que estudiaron música. Imaray Bárbara y Yalaine de la Caridad.

“Hace algún tiempo escuché que le dieron un premio nacional a un camarógrafo, pero en nuestro caso, no recuerdo haber recibido o escuchar de alguien con ese reconocimiento. Actualmente en el ISA, los ingenieros de sonido se forman con el concepto de trabajo de nuestros estudios, incluso de realizar prácticas aquí. Algunos de los profesores son mis colegas y, por supuesto, siempre tendrán mi ayuda”.

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