Foto: RSM

Jorge Greenidge, Jorgito Melodía, accedió a compartir con lectores de Tribuna de La Habana, una exclusiva en la cual pone de manifiesto esa capacidad para incursionar en la música como un joven creador e intérprete que se apoya en las profundas raíces del pentagrama musical de nuestra Isla. Conocedor de los matices que identifican a la música popular cubana, reconoce que desde niño fue muy inquieto y eso se reflejaba en la escuela:

“Los profesores se quejaban mucho, con mi mamá, porque siempre estaba tocando, haciendo mi grupito de rumba con los pupitres, entre tercero y cuarto grado. Por supuesto, era mi temprana inclinación por la música después de tener como referentes a mi abuela paterna con el chelo y mi madre –Clara Miriam Rosales Mederos- que cantaba; aunque no era profesional. Lo hacía muy bien.

“Por supuesto, esas dotes maternas las disfrutábamos en familia. Ella, profesora universitaria fue –incluso- directora de la escuela de ciegos y débiles visuales. Supe que en su juventud, antes de ser una cuadro de Educación, tenía su grupito musical, tocaba la guitarra y hacía voces en una agrupación coral.

“Es mi madre quien descubre mi vocación. Buscó mi tendencia vocacional entre algunos deportes mi inclinación para tanta energía: natación, judo… practiqué hasta que se convenció de mi preferencia por la música. Tuve como inicio las clases de Melba, una profesora particular que trabajaba en la Escuela Nacional de Arte (ENA). Es la madre de René, uno de los integrantes de Vocal Sampling. Así descubrí el piano, algo de apreciación musical, estaba muy pequeño..., apenas siete años.

“Ya, devenido un adolescente, tuve la posibilidad de optar por una plaza en la escuela elemental Alejandro García Caturla, y resultó un paso definitivo en lo que sería actualmente mi profesión en la vida. En realidad quería aprender el piano básico; pero no había cupo para esa posibilidad, solo quedaba el clarinete. Me aconsejan los profesores (por suerte) de las pruebas de actitud que tomara esa plaza y después, quizás, poder cambiar a otro instrumento, dentro de la propia escuela.

“Es cuando descubro el clarinete: un instrumento clásico, melódico, muy dulce que tiene su complicación: porque es de viento madera; es de los que hay que dedicarle tiempo de estudio. Practicaba durante largas horas, hasta ocho, en aquel edificio donde residíamos y los vecinos –mi primer público en audiciones indirectas- fueron quienes me apodaron “Melodía”.

“Sin embargo, como tenía la base de estudios de piano, también buscaba la oportunidad de tocarlo en la escuela de música, cuando tenía un tiempo. Hacía mis tumbao, sobre todo de la música popular: Van van, Adalberto Álvarez, Manolito Somonet…; y aquello, en aquel tiempo, era un escándalo, estaba prohibido. Pero además tocaba y hacía coros…

“Uno de los muchachos de la escuela integraba una orquesta de aficionados: Aché Juniors; tocaban timba. Me convoca. Dice que tengo un buen timbre de voz y me alentó a probar entre ellos, de vocalista. Me aceptaron. Ensayábamos en el barrio de Pogolotti, en Marianao. Viajaba desde Miramar, Playa, todas las tardes. Llegamos a presentarnos en escenarios importantes como La Tropical, haciendo cortinas, antes de la entrada a escena de agrupaciones consagradas, cuyos músicos nos alentaban. Fue una etapa hermosa.

“Siendo un joven tuve la posibilidad de formar parte Ecos de Siboney: una agrupación de los nietos de Compay Segundo. Tocaba el clarinete. Se hizo un trabajo muy bonito, con ese perfil que legó el abuelo, en la música tradicional. No obstante, siempre seguí cantando.

“Cuando me hice profesional formé parte de varias orquestas: Sabrosura viva, Habana Salsa, un grupo del percusionista Joel Drill; había un boom de la salsa y numerosas agrupaciones se dedicaban a esta música. Con Juan Carlos Alfonso, apenas con 20 años, en Dan Den, tuve la posibilidad de experimentar una forma de tocar cadenciosa, fuerte, y pude experimentar una forma de dirección diferente. En cada agrupación recibí experiencias como si fuera parte de una escuela con estos maestros.

“Llego a la orquesta de Pupi y los que son son, estaba pegaó. Hizo un concierto en Guantánamo que yo miraba aquella cantidad de personas y no veía el final. Posteriormente llego a la orquesta del maestro Adalberto Álvarez y realicé giras nacionales e internacionales por Europa y Latinoamerica: Perú, Panamá, Colombia, por ejemplo.

“Aprendí de los maestros esa forma de trabajar un tema. Siempre quise hacer mi propia agrupación. En 2013, tuve esa oportunidad. Durante un tiempo que radiqué en Suecia, Italia y México, intercambié con músicos cubanos. Grabé un disco, en Europa, con Raúl y sus soneros, que estuvo nominado a un premio Grammy. Trabajé como cantante. Regreso a Cuba, decidido a realizar un nuevo proyecto de vida de mi carrera en solitario.

“Tenía muchas inclinaciones musicales. La música es algo que brota dentro de mí. Tengo esa facilidad de hacer una melodía así…, quizás el clarinete me ayudó mucho. Considero que es un aporte incluir el clarinete en una agrupación de música popular cubana. Es algo nuevo. He visto la flauta, los violines, pero un clarinete es un desafío.

“Estamos haciendo un nuevo disco, aquí en la Egrem, Prosperidad, con dos invitadas, las maestras Beatriz Márquez y Vania Borges, con esta última interpreto un tema que se llama Amantes. Siento orgullo de poder hacerlo. Con Vania, porque tenemos el mismo estilo de salsa, lo que defiendo en la música popular cubana: la timba. Con Beatriz, el reto de poder hacerlo a un nivel que el pueblo lo acepte”.

-¿Cómo es tu vida creativa en la música?

-Me pongo a pensar en algo, a partir de ahí me inspiro. Es un modo curioso de crear. Es como si soñara y visualizara un concierto en vivo, donde soy el espectador. Me hago la idea de escucharme, sentir a mi orquesta, del lado que ocupa el espectador y logro hacerlo. Hago la canción, la repito en diferentes fases: inicio, introducción, el cuerpo, los finales… Escucho cómo la canción iría en ascenso, qué la levantaría, qué la tumbaría…, entonces busco la melodía, un desafío. Tengo músicos muy buenos, estoy muy contento.

“Cuido mucho que los textos tengan un sentido que se corresponda con la música que puedo crear, especialmente cuando creo en el piano, visualizo la armonía de la orquesta, las sensaciones. La música te hace soñar. Cada nuevo tema lo comparto con mis allegados: mi madre, mis hijos”.

-¿Qué sientes en cada presentación pública?

-Me pongo muy ansioso. Pasados los primeros minutos de entrar en calor, durante el intercambio con el público, encuentro mi tranquilidad sobre el escenario.

-El bailador cubano es ávido de nuevos temas, exigente, los quema, como se dice en el argot popular. Así lo definía José Luis Cortés, el Tosco. ¿No te atrapa esa voracidad? ¿Piensas en la perdurabilidad de tus creaciones?

-Hay temas que nunca mueren. Por ejemplo, Amantes, que interpreto junto a Vania, es muy solicitado. Quedará como muchos que se han convertido en clásicos de la música popular cubana. Otros envejecen rápido. Sucede.

“Me considero un perfeccionista. A veces tengo esa contradicción conmigo porque me quedo insatisfecho. Es por eso que vuelvo hacia atrás, después adelante, hasta que logro realizarlo. Consulto con mis padres, mis hijos, Jorge, de nueve años y Melany de 18, muy exigente e insertada en lo que suena y las tendencias del momento. Me dan luz y puntos de referencia sobre qué puedo quitar o agregar. Es como un laboratorio.

-¿Has pensado en el Jazz?

-Me gusta mucho. Considero que es una oportunidad de mostrar el talento de un músico, además del nivel académico en correspondencia con el instrumento que toque. El Jazz es sentimiento, lo que siente el músico a través de su instrumento. Me gustaría incursionar. No es mi fuerte, pero está latente.

“Agradezco a los lectores de Tribuna de La Habana por esta oportunidad de difundir lo que estoy haciendo, acompañado de los virtuosos músicos de mi orquesta. Siempre daré lo mejor de mí, para que queden complacidos con lo que hacemos”.

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