La noticia del suicidio del brigadier del Ejército chileno en retiro, Hernán Carlos Chacón Soto, antes de ser detenido para cumplir su condena por implicación en asesinato de Víctor Jara, motivó este relato
El torturador
Él está detrás de la puerta otra vez. Puedo escuchar el sonido de esa respiración entrecortada llena de asperezas nasales que se filtra por los poros de la madera.
Está silencioso porque lleva tiempo bajo tierra, los gusanos se han hartado con su lengua y no tiene brazos para tocar la guitarra.
Viene por mí. Puedo desde aquí oler su cuerpo putrefacto y sentir el zumbido de esas moscas necrófagas, oportunistas y parásitas como él mismo.
Es vengativo, no se resigna y vuelve para atormentarme porque es envidioso y tuvo una vida miserable intentando hacer revoluciones. Por eso le saqué los dientes y las uñas, hundí su cabeza en el pozo varias veces, le fracturé las costillas a patadas, y lo tiré en una fosa común.
Ahora regresa una vez más porque al parecer todavía no hay espacio en el infierno y aprovechó otro estallido en las calles para mezclarse con esa multitud ignorante.
Ya no tengo dudas, el olor es insoportable, es él. No aguanto más. Esta vez no me atrapará vivo.
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Víctor Jara, donde quiera que estés los pueblos te recuerdan con cariño, por tu valentía, tu osadía y tu civismo. Tus torturadores y asesinos nunca tendrán paz. Es una pena que varios gobiernos luego de la dictadura han pasado y ninguno tomó las medidas que debían para hacer justicia ante tantos abusos, violaciones de derechos humanos, genocidio que sucedió en ese país llamado Chile, como en tantos otros de nuestra América por esos años.