Quien respire solamente en el pasado, de él nunca saldrá. El ayer esta ahí mirándonos, se siente en el aire, surgimos de ese tiempo. Pero hoy es nuestro día, con nuevos derroteros y formas de pensar/hacer. Nuestras tradiciones están en su lugar, y cada hombre (artista) en su época las lleva puestas, solo que las ve de otra manera, en el momento que le toca vivir.
Las obras artísticas y, en particular de danza (con su lenguaje universal, del movimiento), llevan implícita esa condición, en la que los coreógrafos van quitando el “polvo” del tiempo para que renazcan, vivan el instante, en la misma dimensión, y puedan ser recibidas por el público actual como nuevas... Enriquecidas con la experiencia, el paso del tiempo, porque a fin de cuentas son vida, hechas con el alma y el sentir de otros hombres que vivieron su época…
El estilo es el alma de la coreografía, esa que debe atrapar al bailarín para poder vestir la obra en su tiempo, al ritmo preciso, en el lenguaje de la actualidad… Eso sentimos todos los espectadores que asistimos a las funciones del Conjunto Folclórico Nacional de Cuba (CFNC), dirigido por el joven bailarín y coreógrafo Leiván García, que bajo el sugestivo título: Tradición. Viajar en el tiempo, reinó en las tablas del Teatro Martí el pasado fin de semana.
¡Tradiciones vestidas de contemporaneidad¡ Algo que era necesario palpar en nuestro rico folclor, y que el público aplaudió hasta el delirio, en cada obra, en la que tampoco faltaron piezas de los maestros que nos enseñaron el camino, emblemáticas y plenas de colorido.

Dedicadas al maestro fundador Rogelio Martínez Furé, estas funciones enseñaron el rico caudal de talentos existentes en la compañía, a través de las obras de jóvenes coreógrafos (Leiván García, Yandro Calderón y Harold Ferrán), que se unieron a las ya tradicionales del repertorio, aderezadas desde la contemporaneidad cubana en música/danza.
Luego de la bienvenida, con un fragmento del documental Cimarrón de palabra, de Pedro Maytín, dedicado al maestro Martínez Furé, fundador del CFNC junto con Rodolfo Reyes, en mayo de 1962, se abrieron las cortinas al inolvidable espectáculo, con dos piezas que suman elementos renovadores, pues contaron con la presencia de dos importantes jazzistas cubanos: Alejandro Falcón (piano) y Rodrigo Sosa (quena), quienes formaron parte de este apasionante diálogo escénico entre tradición/modernidad. Ambos se unieron en la escena para ejecutar estas dos obras de Falcón, incluidas en su disco Mi Monte espiritual: Obba Meyi y Vals para Oshún, que tradujeron al movimiento, de forma novedosa, los jóvenes coreógrafos Yandro Calderón y Leiván García, respectivamente. La primera es una mirada actual a Shangó, en la que los elementos masculinos, liderados por dos excelentes primeros bailarines: Harold Ferrán y Yessel Ramos, “esculpen” y dan vida a la ceiba, recreando con sus cuerpos todo el mundo espiritual que yace a la sombra del inmenso y mítico árbol asociado a esta deidad, donde se entregaron, todos con pasión, y un baile que fue creciendo en fuerza, animados por esa música que unía piano, quena y los tambores batá, que fue protagonista también.
Mientras Vals para Oshún regala la alegría y gracia de esta diosa del panteón yoruba, en una oda a la fertilidad, en la cual recrea, novedosamente y con sutil inteligencia en el movimiento, el significado de la maternidad, como en un río de aguas renovadas, y en la que se involucra al cuerpo de baile femenino, que junto con la primera bailarina Yulién Fernández ¡excelente!, marcan los pasos en un baile ágil y pleno de sensualidad, un arte, no hay dudas, que va mutando con el tiempo. Asimismo, la bailarina alemana Julia Von Oy realiza un trabajo de alto vuelo, en la manera de actuar y de ejecutar la Columbia, en el protagónico de la obra Julián, de Leiván García, que trata acerca de la violencia/discriminación contra la mujer, y sigue la cuerda de estas nuevas obras que acercan un mensaje para educar y reflexionar sobre problemáticas actuales de la vida cotidiana.
Hay danza, actuación y música, donde se mueven conceptos, y en la que los músicos también forman parte esencial de este trabajo. Una obra que, de seguro, el coreógrafo seguirá enriqueciendo, pues hay “mucha tela por donde cortar”.
El programa, en el que hay que subrayar la labor de los músicos y del cantante Edgar Berroa, sumó, además, otro fragmento de la obra Bara, de Leiván García, en la que el binomio Eshu-Legbá abre/cierra caminos y cuyas energías confluyen en el espectáculo desde cuatro personajes: el niño travieso (Dayán Rodríguez/Osmany Esquijarrosa), el policía (Yosiel Vega), el sabio (Jhonly Drago) y el mendigo (Richard Posada), quienes se entregan con fuerza, ritmo y constante acción en esta coreografía que es siempre muy bien recibida por el auditorio.
Nuestros ritmos aparecieron en la escena, a partir de miradas actuales y con alegría/ritmo en Danza, de Harold Ferrán, que acerca renovado el baile de salón derivado de la contradanza cubana; Danzonete, de Yandro Calderón; Soneando y Echa pa`ca la rumba, de Leiván García, en esta última en la que el casino se fusiona con la rumba, el abakuá, para concluir con dos piezas antológicas Pregones y Comparsa, de los fundadores Rogelio Martínez Furé (libreto) y Rodolfo Reyes (coreografía), en un derroche de colorido, alegría y un baile que llega al éxtasis, en una agrupación que crece, se multiplica y llega al espectador con una fuerza arrolladora que los hace saltar del lunetario para sumarse al espectáculo como uno más.
He ahí la magia escénica, la calidad y el ímpetu de una agrupación que mantiene su frescura, a pesar de las seis décadas de existencia, siempre regalando novedades, porque camina con su tiempo y donde los maestros, maîtres, ensayadores y profesores, otrora excelsos danzantes, se mueven al ritmo de las noveles generaciones para mantener bien alto el nombre del Conjunto Folclórico Nacional de Cuba.

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