En el octavo capítulo parece que Daniela encuentra el punto de partida y va directamente contra el causante de su persistente deseo de venganza: aquel que manipuló su identidad en las redes sociales.

Cara a cara, la protagonista interpreta su personaje dentro de la nueva tela que teje para atrapar al causante del robo de su identidad y posterior manipulación en las redes sociales. Su antagonista: el victimario devenido en nueva víctima de Daniela, ni siquiera imagina –como estudiante de psicología y reparador de celulares- la sutileza de la joven para llevarlo a sus redes y resolver una cuestión definida en su reflexión (voz en off) con el televidente para convencerle de que el objetivo (fin) de su perfilada venganza justifica los hechos.

Sin embargo, esta vez, el diálogo en la playa resulta como una especie de duelo a través del cual ambos pulsan en sentido contrario: una, para empujarlo al supuesto concurso y el otro en una posición marcada por la cautela frente a estos reality show que él mismo conoce y califica como variantes para timar de las más disímiles formas.

Sin embargo, “cae” en el juego a través del cual, una demostración de bondad excesivamente increíble le lleva a crearse un problema mayor entre sus compañeros del taller, por cuenta propia, en el cual labora y deja de cobrar a sus clientes. El reclamo directo de sus compañeros de trabajo, tiene el efecto de un disparo sobre una mesa de billar donde el ángulo preciso del bastón impacta a varias de las bolas y las lleva a su hoyo.

Por supuesto, algo que Daniela no puede siquiera advertir; pero sí los guionistas de la serie que ofrecen una perspectiva, a través de la cual provocar una supuesta confrontación con los valores individuales de los televidentes, en un escenario social donde las gratuidades resultan acciones del pasado. La referencia a la pérdida de valores en medio de alto costo de la vida y la relación directa a servicios capitalizados por un dueño que no es el Estado, pone otro naipe sobre este capítulo octavo donde las subtramas también convergen en situaciones y conflictos de sus personajes, más creíbles.

Lejos de las redes sociales, desde las cuales ataca, Daniela lleva a su victimario a realizar una compra, para ella, en una tienda en Moneda Libremente Convertible, elige un artículo bien caro y disfruta la inocente reacción de aquel que no repara en la estafa y las consecuencias directas en objetos personales (televisor, computadora) utilizados como prendas de canje en función de alimentar los caprichos de la muchacha.

Ella, la villana, se muestra “sorprendida” ante las confesiones manifiestas de la abuela de su víctima, antes victimario, sin tener en cuenta el nacimiento de un sentimiento más profundo entre ambos: el amor, que antes rechazó (ella) de la única persona que le tendió la mano en sus peores momentos, le dio albergue en su casa y está a punto de ser parte del reclamo de Daniela, en lo que declaró con su voz en off, sin que sepamos si es virtual o real su expresión sobre enfrentar los conflictos sin afectar a otros.

Un octavo capítulo, realmente, más logrado en todos los factores que le integran. Podían haberse eliminado entre el segundo y el séptimo y quizás la serie no habría atravesado esas etapas críticas sin amenazas de naufragio.

Ver además: 

Primer grado: Toma siete, puro estilo