Aunque transcurre en tiempos idos ya, la realidad descrita por el dramaturgo Abraham Rodríguez en su obra Andoba, a ratos tiene sabor a presente. Estrenada hace más de 20 años, ha vuelto a la escena, dirigida por el Maestro de las Américas Huberto Llamas, quien sabe estremecer moviendo los hilos de una trama seria e hilarante a la vez, desbordada de cubanía auténtica, acaso destinada por eso a seguir en la preferencia de los públicos.

Así fue en sus dos presentaciones únicas esta semana, en el parque Trillo de Cayo Hueso en Centro Habana, y en la Güinera, en Arroyo Naranjo, ante los ojos asombrados de los vecinos de esos dos barrios, cuyo contexto social está marcado por huellas del mismo conflicto entre el bien y el mal que centra la pieza teatral.
Semejante dilema no solo acarrea atención, sino hurgar en las causas en aras de un aprendizaje colectivo que facilite la reproducción de patrones a los que no puede renunciar un país en revolución.

Julio Marín brilló dando vida a Andoba, junto al elenco de varias compañías teatrales y algunos aficionados. Foto: Eduardo Leyva

La urdimbre que rodea a un ex presidiario en un típico solar habanero (o ciudadela, o como quiera llamársele), y su necesaria reinserción en la sociedad, son asuntos que merecen una mirada profunda como la del arte, que tanto aporta.

Pero también desde el barrio y sus organizaciones e instituciones, a favor de quienes un día o dos, incluso tres, fallaron, pero merecen que no se les cierre el camino y se salven del círculo vicioso del que a menudo no logran salir. La voluntad del país está, incluso normada jurídicamente. También se percibe el deseo de cambiar entre quienes han vivido esa experiencia.

Andoba, el de la obra, no lo logró y terminó su vida en libertad, pero preso de rencores, incultura y privado de los valores que lo hubieran llevado por mejor sendero. Mas, en la sociedad hay otros Andobas que merecen oportunidades, como las que se han incluido en las propuestas de transformación de las comunidades del país donde se han acumulado olvidos y se adeudan bondades.

Este clásico del teatro cubano, junto a Santa Camila de La Habana Vieja (de José Ramón Brene) y Réquiem por Yarini (de Carlos Felipe), integran el catálogo de piezas memorables –y no son las únicas– de la dramaturgia cubana, que ha escogido el Premio Nacional de Cultura Comunitaria del año 2003, Huberto Llamas, para sus presentaciones en barrios habaneros.

En su bregar como profesor, director de teatro y promotor cultural, lo que más le apasiona es sentir, en esos sitios donde reina la humildad de su gente, el mágico poder revelador de lo mejor de cada uno de ellos, y cómo crece su sensibilidad por la cultura, esa tabla de salvación, siempre infalible.

Después de que Mario Balmaseda, Luis Alberto García y otros grandes actores brillaran interpretando a Andoba, ha sido un gran desafío para Julio Marín darle vida a ese personaje.

Pero él y el elenco integrado por artistas de la compañía Rita Montaner y otras, se entregaron con maestría a estas puestas en escena, junto al equipo que acompañó en la dirección a Huberto Llamas, especialmente la productora Dalgis Chaviano.

Tampoco faltó la buena mano de Lillitsy Hernández Oliva, presidenta del Consejo de las Artes Escénicas, del Ministerio de Cultura, para abrir puertas y lograr el resultado que tanto han agradecido los vecinos del parque Trillo y de la Güinera. Después de todo han salido privilegiados por estas oportunidades que pueden contribuir a cambiar el rostro de sus barrios.

En presencia de la viceministra de Cultura, Kenelma Carvajal, a nombre de los vecinos de la Güinera, Ileana Macías (La Madrina), entregó un reconocimiento al Maestro Huberto Llamas. Foto: Eduardo Leyva

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