No hay duda de que el pasado fin de semana (11, 12 y 13 de febrero), la escena de la sala Avellaneda del
Teatro Nacional, en la Plaza de la Revolución, quedó hechizada con Aquel brujo amor, coreografía de Eduardo Veitía… Diríamos que los astros se conjugaron: Ballet Español de Cuba (bec), la Orquesta Sinfónica Nacional (osn) –dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa– y la cantaora estrella Chelo Pantoja (España), para regalar un instante singular donde vibraron las tradiciones.

En homenaje al aniversario 50 del fallecimiento del compositor español Manuel de Falla, el bec estrenó, hacia 1996, Aquel brujo amor, una puesta en escena donde se combina con acierto el gesto, la danza y la emoción. A 26 años de la primera vez, el bec acercó a las tablas una pieza renovada, ya sea por los
jóvenes intérpretes como por algunos cambios en su concepción y diseños de escenografía y otros, que indudablemente la van enriqueciendo. La enigmática música de Manuel de Falla, interpretada magistralmente por la osn, marca los pasos y la atmósfera de esta obra en dos actos (prólogo y cuatro escenas), que está inspirada en el ballet pantomímico El amor brujo y aporta otra parte del triunfo.

En poco más de una hora, Eduardo Veitía, ataviado como coreógrafo –enseña una sobriedad distinguida que se apoya en un empleo óptimo del espacio escénico–, ha realizado una labor de investigación en los bailes, pues no se trata solo de flamenco, sino que se amplía al ballet clásico, del que es deudor el director, así como a otras danzas populares que dejan en él su huella.

Hay, pues, la fusión de las raíces que conforman nuestra cultura nacional.

Los personajes dibujaron sentimientos y vivieron sobre el escenario: la Candela, por ejemplo, acercó diferentes matices en las intérpretes: frescura juvenil, en la novel y auténtica bailarina Analía Feal, en su estreno en un protagónico; pasión y drama a granel, en la experimentada Leslie Ung; y la sensualidad y el gesto preciso de Claudia González. Carmelo, en la piel del muy joven Eduardo Arango, siempre tierno, se dejó sentir, sobre todo en las bulerías de la cuarta escena, aunque aún tiene camino por recorrer de estudio dramatúrgico del personaje, que llegará, interpretándolo, una y otra vez; José/ Henry Carballosa se entregó
con pasión y tuvo momentos brillantes y un excelente diálogo escénico con su pareja (Leslie/Candela), mientras que Daniel Martínez se integró a la perfección al decir del personaje, que volvió a bodar con su gran clase, dibujando sus sentires con muchos matices. El Destino, que siempre ha sido
protagonista en esta puesta, tuvo momentos estelares en la piel de los noveles Alian Pineda y Gianlucas Sánchez, quienes a pesar de su juventud demostraron condiciones histriónicas y técnicas que fueron muy ovacionadas por los espectadores. El cuerpo de baile dio todo en las tablas...

Aquel brujo amor sustenta un credo artístico y vuelve a lograr su más alto instante cuando penetra en el mundo flamenco. Lope de Vega, uno de los grandes escritores del Siglo de Oro español, definía con lucidez la esencia del arte escénico: dos pasiones y un tablado bastaban, según el autor de Fuenteovejuna.

Lo más importante era la esencia del drama y lo legítimo de los actores, en este caso singular bailarines, músicos –de la osn y del grupo musical del bec– y esa cantaora de voz divina que llenó el auditorio de una aureola singular, Chelo Pantoja, en un contacto muy directo con el público. Mucho de esa vocación popular y sanguínea está en esta obra Aquel brujo amor y esa feliz conjunción de estrellas –sueño antiguo acariciado por Veitía–, que regaló a los presentes el encanto de un hecho cultural: un espectáculo único, brillante y digno de los más importantes escenarios del mundo.

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