Óleos, litografías, cartulinas y collage de la pintora cubana Antonia Eiriz integran la muestra antológica El desgarramiento de la sinceridad, que se expone desde el 23 de noviembre en el tercer piso del Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA).

Con la curadoría de Roberto Cobas Amate, la exposición recoge obras de las colecciones del museo, instituciones y privadas, realizadas entre 1958 y 1991 en diferentes soportes y técnicas, que evidencian diferentes etapas de la vida creativa de Eiriz.

Al presentar El desgarramiento de la sinceridad, con la presencia de la presidenta del Consejo Nacional de Artes Plásticas, Norma Rodríguez Derivet, Jorge Fernández, director del MNBA, recordó que fue en fecha tan distante como 1964 la última vez que la artista expuso una muestra de tal envergadura en el museo, "cuando Antonia era una muchacha que empezaba a cambiar también las formas del arte".

Jorge Fernández, director del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA). Foto: Aitana Cabrera

Fernández felicitó a Cobas por "la valentía, la insistencia también en hacer una exposición de este alcance, de homenaje a alguien que lo merece".

Esta exposición se pretende antológica. Aunque "Antonia no produjo tantas obras, comparadas con otros artistas que trabajaron en el mismo período, todavía quedan obras en colecciones dispersas por el mundo entero, pero creo que aquí tenemos una muestra mes muestra representativa que realmente nos acerca a esa personalidad y a la fuerza que tuvo", dijo.

Fernández consideró que a veces cuesta trabajo ver, en el decursar de las vanguardias, de los movimientos artísticos, más importantes la presencia de la mujer, como pasa también con la presencia de los negros en las exposiciones, condición que la excluyó de integrar el llamado grupo de los 11, aún cuando expuso junto a ellos, cuando podría haber sido la número 12.

El director del Museo Nacional de Bellas Artes destacó también su labor como maestra de artistas en la Escuela Nacional de Arte, que compartió con la enseñanza de las artes en su barrio natal, Juanelo, en San Miguel del Padrón, "dándole clases también a la gente más humilde que vivía allí con ella, que la acompañaba todos los días".

Una tribuna para la paz democrática. Foto: Aitana Cabrera

Al respecto, adelantó la proyección del museo de hacer junto a la casa de Antonia alli un taller educativo vinculado también al papier maché.

Antonia, dijo fue la nueva figuración, fue la continuidad en Cuba del camino que abrieron artistas en Europa y la pos figuración en América Latina, y la nueva virtualidad que se fue abriendo en el mundo entero, "pero Antonia supo no solo quedarse en un tema de metodología, sino que fue capaz de reconceptualizar esos discursos y llevarlos a la realidad cubana".

Al recordar las décadas de los 60, una etapa de conmoción y de contradicciones políticas fuertes, de debate y de censura, momentos duros también para la cultura cubana, "Antonia siempre apostó por la sinceridad. El artista tiene que tener un compromiso con su país, con su historia pero no puede ser un cobarde, tiene que tener la valentía para hablar de lo que toca hablar en cada momento y ahí está la sinceridad que es esta obra y es esta exposición".

La profesora de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, Lázara Menéndez, agradeció a Antonia Eiriz por su obra, a Cobas por la curadoría y al museo por acoger la muestra antológica "de una de las figuras más descollantes de la década del 60 en el panorama nacional".

Según valoró, la complicada y contradictoria década de los sesenta ha empezado a ser revisitada con miradas más profundas, menos laudatorias y nada temerosas de seguir los laberínticos caminos a través de los cuales podemos construir verdades".

"La obra de Antonia que se pone al alcance de nuestra percepción no favorece la creación de lisonjas melancólicas. El receptor de sensibilidad cultivada puede advertir que prevalece en la conciencia de la fragmentación el desencanto, la desconfianza y una violencia descarnada contra nuevas pretensiones de de colonización cultural del consenso".

Foto: Aitana Cabrera

En los intentos para sofocar el espíritu disidente de los años 60, a lo cual no ha escapado Cuba, "no menos aciago resulta comprobar como en realidad con el paso del tiempo se ha ido cultivando un sentimiento de nostalgia inmovilista homogeneizante y evangelizador, ofrecido en clave de verdad para comprender la década muy al contrario del espíritu de la misma".

Por eso, enfatizó Menéndez, me parece extraordinario el proyecto de esta exposición al exhibir la monumental obra realizada en los 60 que apeló y apela al intelecto crítico, no a la complacencia ni al juego de las asechanzas, como respuesta a insidiosas suposiciones tan al uso en los 60 y después.

"Antonia fue leal a sus verdades y por ello es parte de un espíritu contradictorio donde sueños y pesadillas conviven en la opacidad de los enigmáticos seres fantasmas que pueblan su universo, ascética manera de elaborar sus códigos como sí de un monje benedictino se tratara, donde concentración y silencio se articulan para que brote la furia contenida en las imágenes creadas por una artista de aspereza prometeica".

La obra de Antonia, puntualizó, "seduce porque con mucha fuerza va contra la superficialidad y la indiferencia ética y estética, no trató de adecuarse a los tiempos, bregó duramente para defender el arte incluso desde el obstinado silencio que es capaz de incubar un relámpago".

A juicio de la profesora, cuando desde el pensamiento estético, sociológico o político, no se logra reconocer el status intelectual de la diferencia, la inteligencia incisiva y la capacidad creadora de artistas como Antonia Eiriz han estado ahí para vencer la prueba de las incomprensiones, los malentendidos, las sospechas y el silencio".

La expo El desgarramiento de la sinceridad, abre con una valoración de Umberto Peña, en 2007: "hoy sus pinturas, sus ensamblajes, sus tintas nos interrogan, nos desafían, mostrando a las nuevas generaciones de artistas cubanos, que solamente el arte grande enaltece, libera y perdura".

La muestra incluye tintas sobre cartulina, entre ellas, Los académicos, 1958; obras sin título de 1964 y 1969, el tríptico Moncada 26; litografías, tinta y aguadas sobre cartulina.

A su vez inserta, óleos y collage sobre tela o masonite como Requiem por Salomón, Una tribuna para la paz democrática, En pie, Mis compañeras.

Destacan también Imagen ancestral (1959), Fragmento de la Coubre ll y Ni muertos (1962), La enunciación (1963-1964), El dueño de los caballitos (1965), Cristo saliendo de Juanelo y Naturaleza muerta (1966) y
Homenaje a Amelia Peláez (1991), así como las instalaciones Homenaje a Lezama y Tres muñecos.

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