Fotomontaje: Pavel López Guerra

Que ostente todos los elementos para ser catalogado un "clásico" no impide que Hello Hemingway (Fernando Pérez, 1990) continúe aún hoy polarizando criterios al proyectarse cualquier debate sobre su trascendencia. Tras su debut en las salas de cine, hace 30 años y cinco meses justos, arrancó la polémica: la añeja divergencia entre la recepción fría desde el gusto popular y la alta jerarquía que una parte significativa de la crítica fue capaz de otorgarle.

El filme, galardonado en su tiempo durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con el Primer Premio Coral y el Coral de Actuación Femenina para una novísima Laura de la Uz -este último trofeo definido entonces por algunos como posiblemente "apresurado"- se aventuró a situar la lente sobre una protagonista al margen del gran relato épico que apuntala en ocasiones con exclusividad nuestra Historia y sus recreaciones dentro del Séptimo Arte.

Si algo caracterizó esta cinta de Fernando fue colocarse en las antípodas de dos vertientes que habían marcado pautas hasta convertirse en camisas de fuerza dentro de nuestra producción fílmica: el cine de temática histórica -escolásticamente entendido- y la comedia costumbrista urbana, dominantes, respectivamente, en las décadas del 70 y 80 de la pasada centuria y que cerraron puertas (con claras excepciones) a miradas más diversas sobre el individuo y el devenir nacional.

Hello Hemingway irrumpió burlando esquemas. Su propio autor reiteró el interés de la obra por echar luz sobre un individuo que, aun siendo víctima de las contradicciones de la etapa y aspirar a un entorno mejor, pese a su juventud se mueve desarticulado de las reinantes luchas colectivas y proyectos de emancipación social que hacían el período.

La anécdota, trasparente: En plenos años 50 del siglo anterior, con la dictadura de Fulgencio Batista a la cabeza avivando un contexto de profundas desigualdades sociales y violaciones flagrantes a los derechos de la ciudadanía, una joven se aferra como última estrategia para trascender su precariedad económica y concretar metas profesionales y académicas al concurso por una beca en los Estados Unidos. Mientras, el estudiantado clama por reformas políticas en un clima de alta tensión y enfrentamiento.

La propia disfuncionalidad de la muchacha de origen humilde dentro de una sociedad clasista y altamente competitiva coadyuva, inexorablemente, a que se frustren sus sueños y carena a la postre en el precario entorno de un San Francisco de Paula donde la presencia del escritor norteamericano Ernest Hemingway se erige como estandarte de un mundo y una cultura que nos miran cada vez más desde la distancia, la frialdad o la indiferencia.

Detrás de la planificada sencillez -otra de las excusas para el ataque de sus detractores- un mundo de revelaciones, empezando por el arriesgado trabajo de intervención (jamás adaptación) cinematográgica sobre una de las obras cumbres de Hemingway, El viejo y el mar, relato con el cual la película juega a establecer diálogo a partir de intercambios y "espejeos" múltiples.

Sobresale el maduro trenzado entre lo íntimo y lo social, entre la épica del momento y los anhelos recónditos de quienes deciden aferrarse a la lucha por las causas individuales antes que por las colectivas. Entre ambas dimensiones se van tejiendo los temas que siempre han ocupado al cineasta: la metáfora del viaje interior como escape, la desgarradora tensión entre espiritualidad y contingencia, apuntalados por aquel subtexto del libro de Hemingway sobre la dificultad del hombre para sobreponerse a su destino.

Sin olvidar tampoco la personalísima banda sonora compuesta por Edesio Alejandro -punteando entre la identificación y el extrañamiento- o su calidad visual, entre muchas otras virtudes, Hello Hemingway continúa más vital que nunca, lista para que le metamos el bisturí y absolutamente capacitada para demostrarnos que también esos héroes anónimos que resuelven enfrentar su contexto a partir de un proyecto personal de cambio o desde la resiliencia, al igual que el pescador del volumen de Hemingway podrán conocer la destrucción, solo que tras la batalla confesa, ya sea personal o colectiva, jamás aguardará la derrota.

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