El otoño llegó con nuevas entregas de propuestas esperadas, es el caso de la serie televisiva De amores y esperanzas. Pareciera que –luego de la polémica que emerge alrededor de estos productos audiovisuales– una especie de extraño silencio cubrió el diálogo popular. Muchos esperábamos, con las más altas expectativas, la tercera temporada de “la serie de los abogados”: bendita manía isleña de apodar todo a nuestra subjetividad y conveniencia para cambiar el denominativo de referencia.

Confieso que, por mi parte, extraño demasiado la presencia de Edith Massola y Jessica Perryman, sin dejar de lado el mérito, talento y esfuerzo de las actrices que continúan sus trabajos con profesionalidad,
aunque se nota la discordancia y ligeros cambios en la psicología y lógica de los personajes desde el guión. “Esta vez comenzó fuerte. ¿¡Pero de verdad suceden esas cosas!?”. Escuché decir a un grupo de personas reunidas al final de la cola de la tienda.

Foto: La Jiribilla

Es cierto que De amores y esperanzas apostó por conflictos muy poco tratados en nuestra pantalla, sin duda entre los más necesarios. Y no es que se acote el cliché, por ejemplo, acerca del comportamiento de algunas madres cubanas como malas, o la pérdida de ciertos valores en nuestra sociedad, se trata de contar historias que, aunque parezcan tremendas, ocurren; de dialogar y llegar a un manejo colectivo de estos episodios en general. Mientras escribo pienso en aquel custodio, encargado además de rociar las manos con agua clorada a quienes estábamos en la cola, cuando alegó desde un extremo: “¿Dime algo de la bailarina que le vendieron la casa? En esa serie botan a la gente de sus casas con tremenda facilidad…, ¿ella no estaba en la libreta?”.

Como hemos dicho en análisis anteriores, el melodrama trabaja desde construcciones ficcionadas de la realidad. Aunque todavía queda bastante por ver, debatir y también criticar, por qué no, esperemos siempre hacerlo De amores y esperanzas.