Ha tenido a bien la televisión nacional retransmitir Luna Mía, un teleplay escrito expresamente para el espacio Una calle, mil caminos, –con guion de Olga Montes y dirección de Mariela López– para quienes no pudieron disfrutarla en su primera vez al aire. No es festinado el uso del verbo disfrutar; es este un material audiovisual disfrutable en toda su extensión, no solo por su contenido (plato fuerte) sino también por los aspectos formales del género y soporte, además de las valiosas interpretaciones actorales de Tahimí Alvariño, Patricio Wood, Daisy Quintana, Coralia Veloz, entre otros, y los airosos debuts protagónicos de Lorena Gispert y Thalía Valdespino.  

Ya ansiaba esta espectadora ver en la pantalla chica un relato de este talante en el cual confluyen como álgidos temas la mujer, la homosexualidad y la adolescencia. Cualquiera de ellos por separado daría tela por donde cortar para una buena película y aquí la guionista se atreve a remar con los tres hasta poner en boca de las muchachas los conflictos y temores de las tantas de ellas que han debido ocultar su verdadera inclinación sexual ante una sociedad donde persisten sesgos machistas y que esta vez se atreven a decir “¡tengo miedo porque soy diferente!” Ahí está entonces el abrazo de una madre y la incomprensión de la otra; dos caras de una moneda de la que Cuba, afortunadamente desde hace algún tiempo ha decidido apostar a su lado de aceptación y respeto.

El homoerotismo femenino ha sido durante años metabolizado por la industria del sexo hasta casi convertirlo en un cliché para la complacencia masculina y a lo largo de los intentos intelectuales de su representación, la lesbiana ha quedado reflejada en la mayoría de las ocasiones como la “marimacha” que reduce, minimiza y humilla su dignidad y total dimensión como sujeto, o bien contemplada a través de un prisma humorístico que la estereotipa y caricaturiza.

Este no es el caso, y he aquí una de sus principales cartas de éxito: haber sorteado felizmente los obstáculos que le hubieran hecho quedar en la superficie o arrastrada hacia las olas de un drama dulzón y mediocre. Ni una cosa ni la otra. Logra ofrecer un panorama abarcador, sobrio y realista del asunto, poniéndole rostro de mujeres despertando a su sexualidad sin el más mínimo rasgo de morbosidad, mientras la fotografía, el mar e incluso la tabla periódica de Mendeleiev juegan honrosamente su acertado papel en esta rica trama de sentidos.

Ciertamente Luna Mía es un telefilme al que habrá que volver en otro momento y dejo aquí la sugerencia de no perderlo si nuestra televisión decide reponerlo una vez más con la esperanza de que, además de pionero, sea inspiración para futuras producciones. Perfectible es, como todas las obras, pero sin duda, edificante.