Felices los normales,

esos seres extraños.

Roberto Fernández Retamar

Cuando le preguntaron a Roberto Fernández Retamar (1930-2019), el por qué no escribía su autobiografía, respondió con una verdad hermosa: “Ya está escrita. Es mi poesía”. Ahora en su 90 onomástico, cumplido el pasado 9 de junio, me convenzo de que él es un Sobreviviente de esa gran especie de hombres naturales y sencillos que dejó profundas huellas en nosotros y los otros, desde mucho antes de aquellos versos escritos con fecha de 1 de enero de 1959 que le definían como uno de los más grandes hombres de letras de dos siglos en plena contemporaneidad, intelectual polémico y político:

Nosotros, los sobrevivientes, / ¿A quiénes debemos la sobrevida? / ¿Quién se murió por mí en la ergástula, / Quién recibió la bala mía, / La para mí, en su corazón? / ¿Sobre qué muerto estoy yo vivo, / Sus huesos quedando en los míos, / Los ojos que le arrancaron, viendo / Por la mirada de mi cara, / Y la mano que no es su mano, / Que no es ya tampoco la mía, / Escribiendo palabras rotas / Donde él no está, en la sobrevida?

Me comentaba Caridad Tamayo Fernández, directora del Fondo Editorial Casa de las Américas, que Retamar fue un impenitente lector que donó, durante más de cinco décadas, muchos de los libros que le fueron regalos o adquirió y atesoró en su biblioteca personal. Traté de repensar en la entrevista que concerté, pero no me atreví a realizar jamás a este hombre que me observó con su mirada de padre, de hermano, de humano y con su voz de himno aprobó con un apretón de manos.

Pienso en la certera decisión de Haydée Santamaría de traerlo a la Casa, desde los primeros años, y sus palabras en los 60 años de esta institución: “Espero, estoy seguro, que mi esperanza tiene un solo fundamento y es que la Casa de las Américas sobrevivirá largamente a sus creadores, a sus primeros trabajadores… y ya están aquí los que van a asumir el mando, la dirección, la creación en los años por venir, y esa es mi felicidad”.

Evoco sus palabras en el ensayo Alternativas de Ariel, dedicado a “la memoria del compañero Fidel Castro, quien inolvidablemente proclamó que se hizo revolucionario cuando estudiaba en la Universidad de La Habana. (…) He considerado oportuna esta solicitud para realizar un aggiornamento que hace tiempo quería hacer de un texto que, invitado por la Unesco, leí hace años en su edificio central parisino, y al aparecer en español (la Unesco lo publicó en inglés) llamé Alternativas de Ariel. Este título remite a mi ensayo Caliban, que pronto cumplirá medio siglo de vida. En la glosa que es ese ensayo de la obra La tempestad, de William Shakespeare, Ariel es asumido como la imagen del intelectual americano que se resiste a ser colonizado, y en ese sentido, añadiendo que soy evidente deudor de Antonio Gramsci, me he valido y me valgo del nombre”.

Todos los días será noticia el privilegio de visitarlo en la biblioteca de la Casa de las Américas, que lleva su nombre. Porque ahora es un lugar de convergencias de pensamientos, escritos por él y por aquellos a los cuales rindió tributo en el aprendizaje perpetuo. La Casa tiene una nueva vena abierta de Nuestra América, en la cual podrán acercarse cuantas personas requieran.

Los libros marchan en fila / con sus hojas plegadas de letras / en la espera de la mirada ávida / del deslumbramiento / para no ser olvidados ni proscriptos, / sino abiertos / como hace el sol con las heridas de los montes / por donde corre fresca la sangre de la tierra que nos alimenta. Y allí, / entre mis manos, / las tuyas de aquella tarde / y bajo mi piel la memoria de tus poemas primeros, / los que escogí para enamorar y terminé seducido por el descubrimiento de tus letras.