El Capitán Plin es una de esas historietas cubanas que, desde su vida en papel hasta el salto a las pantallas –a cargo de los Estudios de Animación del Icaic–, forman parte del imaginario de niñas y niños de este país. Con su inconfundible color verde botella, su boina y botas rojas y esa determinación a toda prueba de sostener la tranquilidad y el orden en la Isla del Coco, siempre amenazada por las fechorías de Rui la Pestex y su banda de ratas, llegó en 1981 para instalarse entre los personajes más queridos por todos los lectores de Zunzún (su primera aparición fue en el No. 8 de esta revista) durante el descanso entre las sesiones matutina y vespertina de las jornadas escolares.
No es de asombrarse el profundo calado en los sentimientos de sus lectores, si queda claro que dos maestros del cómic cubano tuvieron a su cuidado la pequeña semilla que era Plin a su nacimiento: Juan Padrón y Jorge Oliver. Durante los primeros años, el primero como guionista y el segundo como ilustrador, hasta que luego Oliver continuó solo el camino y logró, a base de su genialidad ya varias veces probada, convertir al pequeño gatico en uno de los símbolos visuales más fuertes del panorama historietista nacional, junto a otros como Chuncha o el propio Elpidio Valdés (aupados también en la televisión, pues se pudieran mencionar otros como Las Tatas o Yeyín, por ejemplo).
De esa manera, entre la Playa Arcoíris, el pueblo Cocolindo, la Cascada de Cristal, la Cueva de los Egües, el Gran Cocal y el Lago de las Estrellas, transcurre la vida no solo de Plin, sino de otros personajes que le acompañan y dan sentido a su frase: “todos es más que yo”. Por ahí andan Fénix (la gata anaranjada, enamorada del Capitán), Don Sapo Lope de Vago, Curvatov, Juan Rattón y Tito, siendo cada uno representación de las vidas reales que envolvían a sus creadores al momento de la “invención”, sobre la cual Jorge Oliver dijo en entrevista al diario Juventud Rebelde que estuvo relacionada a una campaña de valores para la Organización de Pioneros José Martí, donde la idea era que a través de un personaje que lo hiciera todo mal, se aprendiera cómo hacer las cosas bien y el escogido fue un gato, que, según su creador, además de ser una mascota, “es más independiente que el perro, y podía volverse loco, hacer las cosas al revés y que a los pioneros les llamara la atención.”
La idea, sin duda, funcionó y hoy Plin es uno de los más valientes entre los valientes, y su Isla del Coco un reflejo íntimo, amoroso y divertido de la Isla real, verde, igualitica que el gato, que confía en la unidad y descansa arrullada por el mar, sin bajar la guardia ante enemigos empeñados en destruir su tranquilidad.
Quizás ahí radique el éxito de estas aventuras, además de la magia, el finamente bordado guion y la excelente factura en las ilustraciones: en el hecho de permitirnos reconocernos y haber dejado en los niños y niñas que crecieron leyéndolas – o viéndolas ante el televisor– la idea de que, efectivamente, se pueden hacer bien las cosas.