Yo dejo mi palabra en el aire,
Sin llaves y sin velos.
Nada hay en ella que no sea yo misma:
Pero en ceñirla como cilicio y no como manto,
Pudiera estar toda mi ciencia.
Dulce María Loynaz
La poeta y narradora cubana, Dulce María Loynaz y Muñoz, falleció el 27 de abril de 1997, no sin antes dejar una extensa obra llena de lirismo y sencillez, que enaltece nuestra cultura.
Su padre fue el General del Ejército Libertador, Enrique Loynaz del Castillo, autor del Himno Invasor y su madre María de las Mercedes Muñoz Sañudo, aficionada al canto, la pintura y el piano.
La mayor parte de su vida transcurrió en una casa de la barriada del Vedado, donde, tanto ella como sus hermanos, recibieron una vasta educación pues nunca asistieron a un colegio.
Estudia Derecho Civil en la Universidad de La Habana y se gradúa de Doctora en Leyes en 1927, carrera que ejerce hasta 1961. Fue la primera mujer que recibe la Orden González Lanuza, conferida en 1944 por sus aportes a esta rama. En paralelo continúa su creación literaria, comenzando a escribir su novela Jardín en 1928, durante siete años, y que publica en España muchos años más tarde.
Durante la década del 30 su casa se convierte en centro de reunión de gran parte de artistas e intelectuales de la época como Federico García Lorca, Alejo Carpentier, Carmen Conde y los Premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Juan Ramón Jiménez.
Se casa en 1937 con su primo Enrique Quesada Loynaz, matrimonio que solo dura seis años, entre otras razones por su imposibilidad para tener hijos. En su poema Canto a la mujer estéril, resume el sentimiento de frustración de una mujer impedida de procrear. Años más tarde se vuelve a casar, esta vez con el periodista canario. Pablo Álvarez de Cañas.
En la década del 50 se publicaron o se reeditaron en España todos sus libros. Allí recibió varios homenajes y galardones de diferentes instituciones hispanas. En 1959 fue electa miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, y una calle de Santa Cruz de Tenerife, por acuerdo de la municipalidad, es designada con su nombre. 
 Siempre contaba con el apoyo de su segundo esposo en su vida profesional, pero este viaja al extranjero en 1961 donde permanece durante 11 años. Después de su regreso, muere enfermo en 1974, lo que provoca una profunda tristeza en Dulce María, quien deja de escribir poesías, rompe con todos sus compromisos editoriales y comienza una vida enclaustrada en su propia casa, alejada del mundo. Solo participaba en las actividades públicas vinculadas con la Academia Cubana de la Lengua. 
En 1968 había sido electa miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) le rinde homenaje en el Festival de Poesía. Luego, en 1981 el Ministerio de Cultura le entrega la Distinción por la Cultura Nacional. En 1983 recibe la medalla Alejo Carpentier, otorgada por el Consejo de Estado y por el propio ministerio.
Es nominada en 1984 como candidata al Premio Miguel de Cervantes por La Real Academia de la Lengua Española. Se dice que este hecho produjo un despertar del reconocimiento a su vida y obra en Cuba, a pesar de que el lauro fue otorgado al argentino Ernesto Sábato.
Le otorgaron el Premio Nacional de Literatura en 1987 y ese año fue otra vez nominada al Premio Miguel de Cervantes, el cual recayó en el mexicano Carlos Fuentes. También recibe en la Academia Cubana de la Lengua un busto de su padre, el general Loynaz del Castillo, creado por el escultor Florencio Gelabert.
Ese mismo año asistió a la inauguración de la exposición bibliográfica organizada por la Biblioteca Nacional José Martí; la Casa de las Américas puso en circulación un disco de la serie Palabras de esta América, con poemas de su propia voz y dona a la provincia de Pinar del Río su biblioteca familiar.
Al año siguiente fue Presidenta honoraria de la Academia Cubana de la Lengua Española. El Ballet Nacional de Cuba puso en escena una versión de su novela Jardín. El Consejo de Estado de la República de Cuba le otorgó la Orden Félix Varela de Primer Grado, máxima distinción cultural conferida en el país, y la UNEAC la proclamó Miembro Emérito de la institución.
El 5 de noviembre de 1992 le otorgaron el Premio de Literatura Miguel de Cervantes Saavedra debido a su enorme dominio del castellano, con gran sencillez, claridad y poder de síntesis. Al año siguiente viajó a España por última vez y recibió el premio de manos del Rey Juan Carlos. También le concedieron la Orden Isabel La Católica y el Premio Federico García Lorca.
Su última obra, Fe de vida, la entregó a su amigo Aldo Martínez Malo y fue publicada en 1993 por Ediciones Hnos. Loynaz, en ocasión de celebrarse el I Encuentro Iberoamericano de su vida y obra, en la provincia de Pinar del Río, donde radica el Centro de Promoción y Desarrollo de la Literatura Hermanos Loynaz, desde febrero de 1990.
Cuentan que apareció por última vez en público el 15 de abril de 1997 en el portal de su casa, cuando el Centro Cultural de España en La Habana le realizó un homenaje por el 45 aniversario de su obra Jardín. Pocos días después falleció, pero sin dudas la célebre escritora dejó una huella indeleble.
Su casa de 19 y E en el Vedado, donde vivió los últimos 50 años de su vida, se transformó desde el 5 de febrero de 2005, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, principal espacio institucional de facilitación a la creación y promoción de autores, con que cuenta el Instituto Cubano del Libro.
Referencias
- Enciclopedia cubana EcuRed
Instituto Cervantes. Biografía de Dulce María Loynaz
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