El que de pequeño respeta la bandera,
sabrá defenderla cuando sea mayor.
Edmundo de Amicis
Han sido muchas las apariciones en piezas, sobre todo de las artes plásticas, de banderas, escudos o alusiones a momentos históricos: obras que han inmortalizadolos conceptos más profundos de Patria y respeto, dos nociones que, a pesar de divergencias puntuales, deben andar unidos por el bien de los pueblos. Si el arte es testigo-protagonista de su tiempo (y parece serlo) no es de extrañar que desde las más diversas manifestaciones hayan acontecido acercamientos hacia los símbolos de las naciones, para hacerlos confluir, en un contexto creativo, con sus realidades.

Si un artista se siente realmente comprometido con el destino de su país, es natural que acuda a aquellos elementos más distintivos en aras de recargar la semiología de su mensaje. Pero el arte es también comunicación, reflejo de sentires, desborde de las más profundas convicciones cuando es auténtico, y en él se traducen las ideologías subyacentes del creador; en su trabajo está su palabra. ¿Merece especial cuidado la palabra de un artista cuando de símbolos patrios se trate?
La Ley No. 128/2019, de los Símbolos Nacionales de la República de Cuba, aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular (Gaceta Oficial No. 71 Ordinaria, 19 de septiembre de 2019), define en cuanto a la obra artística, en su Artículo 80: “Los símbolos nacionales cuando se usen en prendas de vestir, objetos, obras de arte y escritos, se utilizan con el mayor respeto y decoro, lo que se precisa en la actitud de consideración y deferencia que debemos tener hacia ellos por representar en sí mismos a toda la nación cubana y su historia. En tal sentido, corresponde tener en cuenta el contexto en que se utilicen y el objeto en que pueden estar representados”.

Resulta un imposible coartar la sensibilidad ajena, esa expresión pura que en el arte se traduce, pero hay nociones elementales que nada tienen que ver con una ideología particular y sí con sentido común y consideración patriótica. El buen arte germina sin abonos artificiales y no deja de ser por eso polémico, inquiridor; es más, por ello, real.