La creadora de la plástica cubana, Lilia Jilma Madera Valiente, célebre por ser la primera mujer en el mundo en realizar una obra de gran magnitud: el Cristo de La Habana, nació el 18 de septiembre de 1915, en el municipio de San Cristóbal, Pinar del Río.
Cursó estudios en la capital, donde se tituló de Maestra en Economía Doméstica en junio de 1936. Al año siguiente es autorizada para ejercer esta profesión en una escuela primaria, en la cual trabaja durante 25 años. Además, el dominio de la lengua inglesa le permitió ejercer como profesora de idioma en varios centros escolares.
Con el tiempo se adentró en el mundo de las artes plásticas por lo que sintió la necesidad de matricularse en una academia de pintura y escultura, que le permitiera desarrollar sus inquietudes artísticas. Por eso, desde 1942 estudia en San Alejandro donde destaca por su talento y obtiene diversos premios, y recibe el título de profesora de dibujo y modelado.
Escoge la escultura y para perfeccionarla realiza estudios en Nueva York. También visita importantes museos y galerías de diferentes países de América y Europa. En México profundiza sobre la cultura prehispánica.
Los más disímiles materiales y figuras fueron moldeados por sus prodigiosas manos, con su sello propio y original talento nos legó una extensa obra emplazada en diversos lugares de Cuba y otros países como Puerto Rico, Estados Unidos, la antigua Republica de Armenia de la extinta URSS.
Monumentos como El Pacto del Silencio, ubicado en el Cacahual; el busto de José Martí, situado en el Turquino; los relieves de Carlos J. Finlay, Miguel de Cervantes, William Shakespeare, y su extraordinario Cristo de La Habana son expresión de su fecunda obra.
José Martí marcó pautas en su vida, por lo que siempre sintió deseos de pintar y esculpir su figura. Le realizó un retrato que expuso en la Fragua Martiana, en 1952. Es el Martí del Turquino y el que está a la entrada del Museo de la Revolución.
Para realizar el Martí del Pico Turquino, compró el bronce y lo mandó a fundir a Obras públicas. Pero no había dinero, por lo que hizo medallones y un Martí pequeño que se vendió a cincuenta pesos, con lo cual se pagó todo. Ella no cobró nada, se sintió remunerada al tener un monumento dedicado al apóstol, en tan emblemático lugar.
En aquella ocasión, Gonzalo de Quesada hizo un llamado para que propusieran frases del Maestro, para escoger una y ponerla en el busto del Turquino. La frase propuesta por Jilma fue la seleccionada. “Escasos como los montes son los hombres que saben mirar desde ellos y sienten con entraña de nación y de humanidad”.
Para colocarlo, había que pedirle permiso al marqués español, dueño del Turquino, como Jilma era maestra de un aula de Economía Doméstica en la ciudad de La Habana, el doctor Manuel Sánchez Silveira, padre de Celia Sánchez Manduley, se encargó de los trámites.
Al Pico Turquino subieron unos cincuenta martianos, vestidos con uniforme verde olivo, allí se encontraban también Celia y su padre. Se dice que hombres del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), los siguieron, pensando que se alzarían en las montañas.

En el caso del Cristo de La Habana, lo hizo a partir de una convocatoria del gobierno. Lo realizó en mármol blanco de Carrara, relleno de concreto, su peso total es de 320 toneladas, integradas por 67 piezas que se imbrican en el interior, tiene 24 metros de altura, pero se eleva a 51 metros sobre el nivel del mar.
Se inauguró el 25 de diciembre de 1958, a la entrada de la bahía habanera. Representa un Cristo fuerte, grande, en el pecho se le ven los dorsales, se le notan las rodillas, la cara dulce y los labios gruesos, las cuencas de sus ojos está vacías, porque según su autora, no se ven desde lejos.
A pesar de ser un referente en el universo de las artes plásticas, fue una desconocida para la mayoría de los cubanos, pues ignoraban quién había sido la autora de esta poderosa imagen, independientemente de que las agencias internacionales del momento la distinguieron con honores en su inauguración, por ser la primera y única mujer escultora en el mundo en cincelar en mármol blanco de Carrara, un obra de tal magnitud.
Jilma Madera se vio obligada a interrumpir su labor creadora en 1960 por padecer glaucoma, pero se convirtió en una promotora cultural. En 1961 se incorpora a la campaña de alfabetización, y luego a la Brigada Conrado Benítez.
Nunca dejó de contribuir a la cultura nacional. Vivió en el municipio de Diez de Octubre, donde es recordada con gran cariño, como una importante celebridad. Falleció en La Habana el 21 de febrero de 2000.