Sus manos recorren velozmente el teclado. Unas pocas horas le bastan para mostrar su fina sensibilidad y destreza al acudir a la cotidianidad, sin prescindir de recursos poéticos de exquisito lirismo.
En sus versos vibra un audaz tono poético, que nos devuelve la certera convicción de que a la buena poesía accederemos una y otra vez, siempre que exista una voz auténtica como la de Gilda Guimeras Pareja.
Si bien quiso el azar ponerle impedimentos, la pérdida progresiva de la visión a partir del año 2005, no fue el fin de su existencia. Al ir cerrándosele completamente el campo visual, en este difícil momento de su vida, declara haber tenido que adaptarse a las nuevas condiciones, porque, en realidad, la literatura nunca había estado dentro de sus pretensiones, nunca pensó ejercerla como escritora. Aspiraba realmente a tener tiempo para leer, no para escribir.
Sin embargo, sí confiesa haber sido una niña ejemplar, estudiante vanguardia, aficionada a la cultura, nada escritora, muy vaga para escribir, pues su vocación innata de historiadora, ocupó un lugar preponderante en su vida.
Con su vasta producción literaria, demostró ser una mujer que ha sabido sobreponerse ante las dificultades, al encontrar en esta manifestación artística un refugio para expresar sus más escondidos pensamientos y emociones.
Siempre había querido escribir relatos sobre el barrio, lugares, situaciones que le habían ocurrido allí, y cada vez que se sentaba a escribirlos, no encontraba el tono, le parecía que iba a quedar una cosa muy sensiblera. Hasta que un día se dio cuenta que en realidad era poesía, y cuando salió la primera, empezaron a salir todas las demás.
Quien llega a los andenes era el preludio de una nueva etapa para Gilda. Nunca imaginó que al enviarlo al concurso literario Premios Tiflos, convocado por la Fundación Once de España, recibiera en 2016, el XXIX Premio Absoluto de Poesía.
En el certamen, además del apartado general, hay un espacio para los escritores con discapacidad visual. Gilda Guimeras concurrió a la categoría general de los premios y obtuvo el primer lauro, mérito que solo ha tenido un antecedente en toda la historia de los Tiflos literarios.
Luego de varios libros publicados, no escribe pensando en un lector ideal. Considera que uno debe escribir lo que sienta necesidad de escribir. En lo que sí siempre piensa es que al menos un lector va a interesarse por su libro verdaderamente, al menos a un lector le va a decir algo.
A pesar de no ser guanajayense, ha sido adoptada como hija de este pueblo, donde lleva viviendo más de treinta años. Aún la asedia el permanente anhelo por desandar nuevamente la barriada habanera de Cayo Hueso. Allí vivió los primeros años de su vida y se convirtió en la mujer que es hoy. Todavía vienen a su memoria imágenes que no ha podido encontrar en Guanajay y declara extrañar la rica cultura de la urbe capitalina, el teatro, los conciertos.
Cuando a fines de la década del 70 vino a este pueblo, no había posibilidad de trabajar en el área de la investigación. Como era Licenciada en Historia, al no existir plazas vacantes, comenzó a impartir clases en el Instituto Politécnico Mártires de Guanajay, donde permaneció durante seis años.
En este período, a Gilda, fiel amante de la historia, quien reconoce la necesidad de hurgar en el pasado en busca de respuestas, se le presentó la oportunidad de trabajar en el Museo Municipal Carlos Baliño, donde ocupó por mucho tiempo el cargo de directora. Desde esta posición enviaba colaboraciones a diferentes medios como los periódicos: El habanero y Tribuna de La Habana, así como la revista Bohemia y otros espacios que le permitieron publicar crónicas e historias poco conocidas sobre Guanajay.

Gilda es una lectora voraz. Cree que hay libros que el ser humano no debería dejar de leerse. Recuerda que tuvo un tío que le decía: “Si uno no se lee La Divina Comedia, no es una persona culta”. Entonces, trataba por todos los medios de leerla, pero en realidad, cree que cada libro tiene su lectura, y cada lectura su momento.
Influenciada por su tío, con solo 16 años leyó El Quijote y en aquel momento le pareció un libro abrumador. Años más tarde, releyó esta obra literaria. Con ella se cumplió eso de que cuando eres joven y el libro llega a tus manos, te divierte muchísimo, lo ves como una aventura disparatada y, cuando ya eres mayor, sientes mucha tristeza realmente, al ver todas las enseñanzas que de la vida, guarda el libro.
A sus 60 años, Gilda Guimeras es una mujer que nunca ha dejado de soñar. Sueña muchísimo, con las cosas más increíbles: visita todos los lugares, está mucho en el mar, pues le encanta la tranquilidad de la playa y pasear por la arena. Sueña también con colores, en especial con el violeta, su preferido, el cual evoca el recuerdo, la nostalgia, la devoción y el sentimiento.
“Veo la ciudad preciosa, sueño mucho con La Habana. Pero a veces también con Guanajay y la imagino radiante, como mismo la conocí. En la mayoría de los sueños, camino por las calles, sin bastón, sin nada, felizmente. Los sueños me compensan mucho… porque en ellos viajo, paseo, lo hago todo,… desafío la visión”.