La larga temporada del ballet de los ballets, El Lago de los cisnes, que acaparará la centenaria escena de la sala García Lorca del GTH Alicia Alonso, durante todo el mes de enero y hasta el 3 de febrero, ha dejado en sus dos primeras semanas notas sobresalientes y alentadoras para la compañía, y sobre todo, para la Escuela Cubana de Ballet, en particular con los debuts triunfales de Ginett Moncho (viernes 5), y el de la juvenil Claudia García, el pasado sábado 12, en el doble papel de Odette/Odile.
Algo que para el Ballet Nacional de Cuba, en primer lugar, y pa-ra los amantes de la danza, tiene especial significado porque es la continuación de una historia plagada de esfuerzos y éxitos, de un Patrimonio construido con mucho amor que no se puede perder. Y ellas, junto a los consagrados primeros bailarines, los maîtres, profesores, ensayadores, solistas y cuerpo de baile, han dejado sus mejores sueños en esta tarea. Aunque se puede mejorar todo para cada día crecer más, y seguir haciendo la realidad este empeño nunca imaginado en una pequeña Isla caribeña.
La bailarina principal Claudia García acompañada por el bailarín principal Raúl Abreu, junto al resto de solistas y cuerpo de baile que fueron parte de esta representación, conquistaron muchos aplausos en esta jornada. Y en particular, la novel artista que se estrenaba. No es camino fácil para un bailarín llegar en su desarrollo artístico al nivel que le permita asumir con éxito los papeles centrales en los grandes clásicos del ballet.
Una sólida base técnica, dominio del estilo y la expresión dramática, por solo mencionar estas, constituyen metas que en el ballet no se consiguen sólo con talento natural, que resulta un requisito sobrentendido, sino con un trabajo arduo/constante, bajo una adecuada dirección artística. Los grandes éxitos no son aquí ni fáciles, ni mucho menos, frecuentes. Por ello, cuando una joven figura asume por vez primera el reto, y la responsabilidad en estas obras, los resultados halagüeños se tornan en acontecimientos.
Este y no otro, es el calificativo que corresponde, con toda justicia, al exitoso debut de Claudia García en este difícil doble personaje. Y aunque el público de antemano conocía su fuerza y posibilidades mostradas en la escena en otros trabajos, ella no sucumbió ante su facilidad técnica, mostrando así una dosis de madurez artística. Hubo virtuosismo: altas extensiones, giros múltiples, balances, hermosos arabesques…, pero todo ello servido dentro de una limpia ejecución y muy buen gusto.
Como joven talentosa hubiera sido fácil para ella subrayar la actuación con pirotécnicas acrobáticas… Sin embargo, fue lo contrario, mostrando siempre interés en la labor minuciosa de ciertos detalles técnicos/expresivos, sin perder algo sumamente importante: el estilo. De ahí que su cisne blanco se adueñara desde el comienzo de los recursos de técnica e interpretación que exige el personaje, quizá ensombrecidos en algunos instantes por algunos gestos innecesarios, que poco a poco irán desapareciendo cuando continúe enfrentándose a él sobre las tablas.
Hay que sumar el port de bras y las notables extensiones, ella logró acentos de hermosa poesía –como el adagio del segundo acto- y otros instantes. En el tercer acto (cisne negro) estuvo ajustada, mostró con dignidad su impetuoso talento, y recreó con fuerza las célebres secuencias de fouettés y piqués de la coda, en justo balance de los requerimientos dramáticos de la Odile. Queda ahora estudiar, bailarlo y lograr la perfección para la que está destinada.
A su lado, Raúl Abreu fue un solícito acompañante y estuvo atento al quehacer de su compañera en todo instante y, sin dudas, fue con su experiencia un apoyo que brindó seguridad a Claudia García en sus ejecuciones, para alcanzar la ansiada meta. En sus solos, tuvo sus mejores logros en la coda del tercer acto, pero él tiene para dar mucho más sobre las tablas y mostrar un arsenal técnico de más calibre. Su actuación, en términos generales, es digna de elogio en cuanto a la labor de interpretación y de pareja.
El bufón de Daniel Rittoles – estuvo bien técnicamente y mucho más cercano a la dramaturgia- fue más creíble y acertado que en su debut la semana anterior, algo lógico: bailando es como se aprende. El pas de trois pasó sin mucho ruido –a pesar de contar con jóvenes valores con condiciones técnicas como Laura Blanco, Narciso Medida y Ely Regina –quien sí levantó con fuerzas en el cierre- para motivar al auditorio. Los dos cisnes de Yilliam Pacheco/Chavela Riera crecen en cada función, tanto del lado técnico como estilístico, y la reina de Ailadi Travieso gana en personalidad. El cuerpo de baile debe hacerse sentir más en la escena, hay momentos en el primer acto que están atentos al baile de los solistas, y no se entregan en la acción en su mayoría, algo que es una de las características de nuestra Escuela Cubana de Ballet, mientras en el segundo –acto blanco- hay poca homogeneidad en el trabajo de manos y brazos.
La Orquesta Sinfónica del GTH Alicia Alonso, conducida por el maestro Giovanni Duarte, que tan buen paso mantuvo en los primeros días, en al menos las funciones del 11 y 12, tuvo incoherencias sonoras, máxime en el adagio del segundo acto, momento sublime que borda la acción de la protagonista. Pero es menester saludar que en términos generales merecen todo el encomio los jóvenes integrantes que se esfuerzan por acercarnos la hermosa partitura de Chaikovski.