Se sabe. A la larga, las imposiciones resultan contraproducentes. De ahí que, el actual proceso de debate, en torno al anteproyecto del nuevo Código de Trabajo, que definitivamente habrá de aprobarse en sesión plenaria por los Diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, se pinte oportuno e inteligente; sano y profiláctico, con la garantía añadida de que será reflejo de las aspiraciones de quienes integran el universo laboral de la Cuba de hoy. Tal vez no –por quimérico- no exactamente a la medida, pero sí lo más fiel posible como para erigirse representativo, justo, equilibrado, y contar con el respaldo y la anuencia de la mayoría.  

Cuba entera –y como parte de ella también La Habana-  hoy participa en este ejercicio de intercambio y debate colectivo, que incluye a todas y cada uno de las entidades laborales y sus integrantes, en la esfera de las formas tradicionales de producción y también de las nuevas variantes de gestión no estatal, con el propósito de atemperar el documento –léase deberes y derechos- con los escenarios, realidades y exigencia que hoy vive el país y revestirlo de un alcance total.  

Ese es el propósito supremo, y exige alejarse de montajes y autocomplacencia. Los organizadores de cada reunión y quienes la presiden deben crear un clima propicio, donde los participantes se sientan cómodos, con total libertad para hacer cualquier planteamiento, sobre la base del principio de que cualquier propuesta puede resultar enriquecedora y tomarse en cuenta, siempre y cuando no signifiquen un suicido político.

La vida ha demostrado, con demasiada elocuencia, que la falta de socialización de cualquier proyecto de envergadura, al menos en Cuba, puede traducirse en la ausencia de eslabones muy esenciales, que a la postre pueden comprometer su feliz articulación. Las  decisiones mejor razonadas e incluso los más nobles propósitos,  corren el riesgo de no rendir el fruto esperado si no cuentan con el respaldo y el apoyo de la mayoría.

La Revolución le debe mucho a sus hijos y sus hijos le deben mucho a la Revolución. Uno es al otro como los hijos a los padres y estos últimos a sus descendientes; también como el oxigeno y la sangre  a la vida. De ahí que, como en otras tantas oportunidades, llegado el momento del pensamiento y la reflexión; la crítica, el elogio o la sugerencia; el reclamo o la pasión, se haga y se deje hacer, con transparencias y sin figureos, con propuestas concretas y razonadas. Porque santo ha sido siempre el clamor popular, y difícil tal vez hacer Revolución, en cualquier tiempo; pero con el protagonismo de su prole, jamás imposible.

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