Cada 28, los capitalinos nos vamos al Malecón con una flor en las mano, con la pretensión de inundar sus aguas con los colores de la esperanza. Niños y jóvenes –de uniforme y pañoletas- siempre son los más entusiastas. Pero, a la cita, no falta el obrero ni el soldado ni el artista intelectual… porque Camilo -como nadie- supo vestir mejor de pueblo.
Octubre en sus días 8 y 28 marcan la memoria histórica de la nación, rebelde como aquellos mismos héroes, y como ellos, amante de la libertad y la justicia. Inicio y cierre de una jornada nacida de la honra y para la honra, matizadas de charlas, conversatorios, evocaciones, pioneros que cambian de atributos, y aguas alfombradas de perfumados pétalos multicolores.
Entre otros muchos calificativos que le distinguen, sus compatriotas lo identifican como el hombre de las mil anécdotas, relatos que nos devuelven pasajes de su vida, en una criollísima conjunción de humor, descomunal coraje, patriotismo, sensibilidad humana… Cualidades todas que le hicieron granjearse el respeto y aprecio de cuantos le conocieran. Miro a uno y otro lado, y en todas partes está Camilo –acompañado por el Che-, mientras el pueblo aviva la llama de sus cien fuegos, que resulta una gran llamarada eterna.
Si de evocaciones se trata, en el febrero de su renacimiento, prefiero aquella sentencia de Fidel, con la cual pedía que cada vez que nos encontráramos en una situación difícil nos acordáramos de Camilo,
de su infinita confianza en el pueblo, y su victoria.


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