Los tradicionales enemigos de la Revolución Cubana, esencialmente aquellos que durante décadas vienen fomentando y apoyando sanciones, agresiones, bloqueos y actos terroristas y subversivos contra el pueblo, no podrán comprender jamás, por qué la inmensa mayoría de la población de la Isla sigue al lado del proceso emancipador liderado desde 1959 por el Comandante en Jefe Fidel Castro, incluso, luego de su desaparición física, en el año 2016.
Y la respuesta es muy sencilla; Cuba y ya también otros millones de ciudadanos de Latinoamérica conocen las consecuencias de la instrumentación de políticas de neoliberalismo salvaje que provocan mayores niveles de desigualdad social, racial y de credo. Y al mismo tiempo profundizan las diferencias entre pobres y ricos, al extremo de incidir en el analfabetismo, la carencia de oportunidades de desarrollo cultural y económico-social con acentuada inequidad, con prevalencia de pobreza extrema, y una muy distorsionada distribución de los recursos del país.
Así acontecía en la Mayor de las Antillas en los años 50 de la pasada centuria, las grandes extensiones de tierras estaban en manos de latifundistas y los recursos más importantes para el avance de la economía pertenecían a compañías extranjeras, fundamentalmente norteamericanas que extraían la savia del país.
Igualmente, los campesinos y la mayor parte de la población no tenían acceso a obtener la propiedad de su vivienda, los trabajadores agrícolas laboraban largas jornadas para terratenientes y hacendados sin derecho a tierras, ni a medios para incentivar su desarrollo, menos aún aspirar a niveles de Educación hasta alcanzar la Universidad, o alguna profesión y especialidad científica o técnica de aprendizaje. Eran muy limitados o nulos los servicios básicos de Salud, así como otras prestaciones de corte social requeridos para el avance intelectual y científico de sus hijos y familias.
Solo al triunfar la Revolución se dieron esas certificaciones de propiedades, el derecho a casas y también a tierras para familias campesinas, y se condujeron esos proyectos liderados por Fidel a través de las leyes de Reforma Urbana y Agraria, dos importantes momentos de transformación estructural en el país.
Surgieron las posibilidades de capacitación para niñas y niños de los lugares más intrincados del territorio, donde antes no había escuelas o tenían que acudir kilómetros de distancia los pequeños, para al menos lograr algunos niveles de primera enseñanza, generalmente esta era entonces muy precaria. Padres y abuelos apenas habían podido estudiar por falta de recursos y oportunidades.
Las adolescentes y jóvenes que se incorporaron a las “Ana Betancourt” contribuyeron a su desarrollo cultural, aquí pudieron participar miles de hijas de campesinos. Y se promovió, además, a lo largo y ancho del territorio, la Campaña de Alfabetización, millones de personas aprendieron por vez primera, a leer y escribir.
Luego surgieron escuelas de arte con disimiles manifestaciones artísticas y sin condicionamientos de costo económico, gratuitas, Universidad y programas de Educación para Todos, también módulos culturales en cada una de las localidades los cuales incluían; bibliotecas, museos, galerías, Casas de Cultura, etc., y con amplia participación popular, sin que primase clase, ni procedencia elitista alguna.
Así mismo las playas y círculos recreativos, eran generalmente de acceso limitado con clubs exclusivos en Miramar y otros puntos para blancos e integrantes de la burguesía nacional. Así era entonces la discriminación de turno en la denominada “etapa republicana” donde lo que predominaba eran además garitos, zonas de prostitución y corrupción, institucionalizada.
Las estrategias de democracia popular y participativa y los programas de nacionalización de los recursos a favor de las grandes mayorías entraron en contradicción con la política del gobierno de Estados Unidos que veía a la Isla y al continente como su traspatio. Y tempranamente, desde la década del 60 surgieron los sistemáticos ataques a centros y lugares de interés económicos, y comenzaron las practicas terroristas contra la nación cubana, operaciones de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, y campañas de descrédito sistemáticas y bloqueo criminal, asedio cada vez más recrudecido que llega hasta nuestros días. Y no cesó ni ante la pandemia global de Covid-19, por el contrario, se intensificó para amedrentar más a la población.
Y volvemos a subrayar para los incomprendidos del proceso revolucionario cubano, el por qué la mayoría de los millones de ciudadanos que cohabitan esta hermosa nación no quieren volver al ignominioso pasado de decadencia moral, ética, de injusticia social y discriminación institucional vivida con la sanguinaria dictadura batistiana, o cualquiera similar vivida por Latinoamérica. Esas que además fueron serviles a Washington, y tampoco no desean ni admiten los postulados de las “democracias occidentales” que imponen medidas de ajuste crueles que implican destrozar conquistas sociales para satisfacer a centros de poder y elites nacionales, como ocurre en Argentina, y otros países de la región.
Tampoco los cubanos quieren la presencia en la Isla de los extremistas y subversivos, esos que a través de redes y desde sus aposentos en el exterior, fundamentalmente desde Miami, exacerban con fake news y campañas mediáticas de desinformación, la violencia y el terrorismo contra esta noble tierra.
Lo que anhelan los ciudadanos de la Mayor de las Antillas que resisten y batallan ante tanto asedio, dificultades y carencias, y trabajan en muy difíciles condiciones a causa del abominable cerco económico-financiero y comercial de la Casa Blanca, es alcanzar su desarrollo sostenible, sin injerencias ni absurdos bloqueos, y salvaguardar sus conquistas sociales, la paz, e independencia nacional. Es decir, los cubanos quieren edificar su modelo económico y social, a lo cubano.
La nación caribeña tiene derecho a delinear su futuro sin agresiones ni estímulos foráneos orientados a desestabilizar el país y desunir a las familias cubanas.
Los dignos patriotas que desde su terruño, o en cualquier otra nación donde residen, defienden por encima de ideologías y formas de pensar diferente, la solidaridad y soberanía de Cuba, y por principios humanos se oponen a los cercos e intervenciones foráneas en los destinos de la Patria, tienen el reconocimiento y amor de sus compatriotas por su altruismo y firmeza, ante la perversidad, el odio, y la ignominia.