Por la redes circula un video que acaparó mi atención y la de otros muchos internautas, creo que de ateos, todos los credos, tendencias políticas e ideologías y geografías de los cuatro puntos cardinales del planeta.
Cuenta un pasaje de la vida animal. En medio de una sabana, deja ver a un cervatillo que intentan cruzar una masa de agua, mientras se le acerca, amenazante, un cocodrilo enorme. Desde la orilla, un animal adulto abandona la manada en veloz carrera. En fracciones de un segundo logra interponerse entre el saurio y la cría, y termina por ocupar su lugar en el fatal desenlace.
Solo unos pocos segundos de exposición y todo queda explicado, sin que medie palabra alguna. El amor maternofilial es razón, argumento, predeterminado rol esencial, pero sobre todo, instinto; pasión que funde; entrega ciega y sin medidas; una relación que no cabe en el marco estrecho de las palabras y definiciones.
Que un animal, un ser sin raciocinio sea capaz de entregar su vida por salvar la de su descendencia, da la medida exacta de lo que, sin lugar a dudas, y desde que el mundo es, ha dado pruebas suficientes de ser el más auténtico e incondicional de los amores.

Difícil y riesgoso el acto de parir, pero aun así, ninguna dicha mayor para alma de mujer. Para cualquier ser vivo, todo comienza ahí. De manera que puede que ellas compartan a un 50 por ciento, con los hombres, el protagonismo de todos los que en el mundo son, pero son las progenitoras de todos. Y puede que sea muy obvio, incluso, tal vez, una simpleza, pero sin lugar a dudas, ante las madres –salvo rarísimas excepciones- todo el mundo – incluso hasta ese ser despreciable que ahora mismo a usted le viene a la mente- se quita el sombrero.
Según cuanta una conmovedora historia aparecida en el diario The Arizone Republic, el 30 de mayo de 2001, a los tres meses de embarazo, el médico le aconsejo a su paciente (cuyo nombre ahora no viene al caso) interrumpir la gestación. Le aseguró que sus riñones enfermos no resistirían la carga adicional que entrañaba el proceso. Era la vida de ella o la de su hijo.
Seis meses después aconteció el alumbramiento. Y 20 años más tarde la historia se repitió a la inversa. El joven no escuchó la protesta y negativas de la madre. Tampoco hizo caso a peligros y riesgos, y devolvió, gustoso, el gesto. Con la entrega del riñón a su progenitora pudo salvarle la vida.
Presta ella, presto él. Así es, desde siempre; esforzadas por hacernos la vida menos dura y feliz, amén de todas las otras muchas obligaciones que les ocupan. El gesto continúa con los nietos y hasta los biznietos…, en una entrega infinita que solo termina con la muerte.
Se dan sin vacilaciones: Regalan experiencia, consejos; imponen el rigor y regaños, necesarios, muy a su pesar, a fin de garantizar la rectitud del camino; mas a fin de cuentas, son todo ¡amor!, de ese que no tiene dobleces y se torna incorruptible, despojado de egoísmo y mediocridades. Y lo prodigan como obligación genética, y con tanto empeño, que –incluso- a veces hasta se les va mano.
Otras informaciones:
Celebran acto de La Habana por natalicio de Celia Sánchez Manduley