El bloqueo de Estados Unidos contra Cuba data de inicios de la década del 60 del pasado siglo. Es un hecho criminal y antihumano tan dilatado en el tiempo, mucho más de medio siglo, que clasifica como record mundial de ignominia contra una noble, hospitalaria y solidaria nación del Caribe.
Resulta a su vez una madeja de enredos abominables que incluye leyes y regulaciones que prohíben y regulan las relaciones económicas, comerciales y financieras con la Isla.
Durante el año 1960, apenas un año del triunfo de la Revolución que libró al pueblo de una de las dictaduras más sangrientas y abominables del continente, Washington comenzó a instrumentar disposiciones con el propósito de obstaculizar los avances del proyecto emancipador y de rescate de los recursos nacionales. Su fin era destruir el nuevo proceso en curso orientado a la búsqueda de mayor justicia y equidad, y a desaparecer las abismales desigualdades sociales y raciales presentes en la entonces sociedad cubana.
Ese bloqueo durante estas décadas se ha intensificado de manera brutal y antihumana. Por ejemplo, Cuba tiene prohibido usar la moneda internacional, el dólar estadounidense en sus transacciones, lo cual impide tener cuentas bancarias en terceros países en ese tipo de moneda y acceder a créditos por parte de bancos norteamericanos o sus filiales en otros países.
Pero tampoco la nación caribeña puede acceder a créditos de instituciones internacionales, y su estrategia de asfixia llega al extremo de evitar que lleguen a la Mayor de las Antillas medios, recursos e implementos médicos como oxígeno medicinal, medios de diagnóstico, medicamentos varios, ventiladores pulmonares e insumos necesarios para tratamientos y salvar vidas en centros hospitalarios del país.
Y las medidas iniciales de los años 60 fueron endureciéndose aún más, ya para febrero de 1962 las restricciones llegaron a ser totales durante la denominada Crisis de los misiles. Y posteriormente fueron en aumento hasta la actualidad, y entre la madeja de sanciones, penalizaciones y todo tipo de asedio se ubican las consecuencias de cada una de las leyes instrumentadas desde Washington contra La Habana, todas sin excepción, criminales y clasifican como genocidas al extender su extraterritorialidad.
Entre estas se ubican; la aplicación de la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917, la de Cooperación Internacional, de 1961, luego la de Regulaciones al Control de los Activos Cubanos, de 1963, la Ley para la Democracia en Cuba, de 1992, también conocida como Ley Torricelli, y la Ley denominada por EE.UU., para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubanas, de 1996, también conocida como Ley Helms-Burton, todas no tienen nada de legislaciones democráticas como tratan de proyectar, y menos aún de humanas, son disposiciones quebrantadoras de los derechos humanos de millones de ciudadanos que viven, estudian, trabajan y aman a su Patria, como cualquier ciudadano honesto del mundo.
Administraciones norteamericanas han continuado la abominable y rechazada, internacionalmente, política criminal contra Cuba. En Naciones Unidas se alzan cada año las voces y el voto de cientos de países ante este acto de barbarie en pleno siglo XXI.
De igual manera, hay contundente repulsa ante las falacias y tergiversación de la realidad de Cuba. Medios occidentales al servicio de Washington y acólitos mafiosos miamenses con desmedido uso de recursos financieros y redes sociales, lucran cada vez más con el dinero de los contribuyentes estadounidenses.
Esos personajes ultra reaccionarios, con intrínseca amargura y sed de odio exhortan a la desestabilización y vulneración de la tranquilidad ciudadana y la paz en la Isla, a través de declaraciones, proyectos subversivos y de índole terrorista incentivados desde el sur de la Florida bajo la égida de ese gobierno que hoy preside el magnate Donald Trump. Ello consta ante la opinión pública mundial como muestra de irrespeto al derecho internacional y los derechos humanos de todos los cubanos, incluyendo a los que allí residen, al limitarle los reencuentros y ayuda a sus familias.
Lo que hoy realiza Washington contra Cuba y otras naciones, es incompatible con la dignidad y el sentido de la vida, la armonía y la imprescindible interacción económica y comercial que precisan los pueblos en este complejo contexto mundial.
Los ciudadanos norteamericanos son también victimas de esas dislocadas estrategias y políticas, generalmente segregacionistas y discriminatorias, ellos tampoco merecen ser afectados por obcecadas, irracionales e insensatas decisiones de sus representantes en la Casa Blanca y el propio Congreso de Estados Unidos que las secunda.
La Constitución de EE. UU permite a su población viajar a donde les plazca, negociar, invertir y lograr beneficios para las partes, de forma recíproca, sin imposiciones ni chantajes. Solo mentes muy desalmadas o desorientadas pueden concebir a la Isla como “supuesta patrocinadora de terrorismo” y ese es uno de los pretextos más estúpidos, cínicos e increíbles añadidos para sustentar el asedio criminal.
La comunidad internacional conoce el glosario de actos terroristas cometidos contra Cuba, (la victima real), organizados y ejecutados desde el sur de Estados Unidos, lo cual incluye incursiones armadas, sabotajes a centros turísticos y económicos, aeronaves, costas, y embajadas cubanas en el exterior, incluyendo vergonzosamente, en el corazón de Washington, entre otros.
Todo ello son manifestaciones de soberbia, abuso, injusticia, elementos psicológicos muy malsanos mezclados con ambiciones de poder, incompatibles con esta era de civilización y desarrollo científico-tecnológico, industrial, económico y de estrategia mundial, de multipolaridad, con el objetivo de conquistar entre todos, sin hegemonismos absurdos, un mundo mejor y más justo.
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