Aquella mañana del 25 de noviembre, sobre La Plaza de la Revolución, el azul del cielo era más intenso y plena de una luz que se expandía sobre y entre el silencio de los afluentes de pueblo que convergieron dentro del Memorial José Martí, para rendir homenaje eterno a quien ofreció como legado el ejemplo de su vida: Fidel.
Entre los rostros, de varias generaciones, los más bisoños parecían banderas. Nunca vi tanto orgullo en las nuevas simientes de la Patria. Más que dolor había gratitud y entereza.
Volver adonde Fidel, nos obliga a evocar su permanente presencia en el escenario de tan épicas batallas a través de las cuales condujo a su pueblo, aunque no pueden describirse con palabras.
Su ejemplo es evocado constantemente cuando más difíciles son las dificultades que nos obligan a enfrentar el desafío de un compromiso de independencia o muerte, frente a los designios apocalípticos y los ataques mediáticos de los enemigos de la Revolución cubana que lo observan erguido en cada rostro de millones.
Decir Fidel es decir Cuba, cuando toda la gloria del mundo cupo en un grano de maíz que ahora germina y alimenta con nuevos bríos para continuar la obra grande por la cual todos luchamos. ¡Hasta la victoria siempre, Fidel, Comandante en Jefe!

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