El presidente de los Estados Unidos Joe Biden no ha mantenido una actitud decorosa con respecto a la Mayor de las Antillas. Ha defraudado a buena parte de su electorado, al cual prometió cambios de estrategias y acciones más osadas en política con respecto a Cuba, atendiendo al fracaso de más de once administraciones de la Casa Blanca, incluyendo la de su antecesor, Donald Trump.
Biden, quien mostró en su campaña electoral un distanciamiento de las medidas draconianas aplicadas por Trump, que contienen un vil recrudecimiento del asedio a la Isla, tiene un comportamiento tan irracional como el de su antecesor. Se ha alejado de las pragmáticas declaraciones de cambio de maniobra iniciadas por Barack Obama (del cual fue vice-presidente) con respecto a la nación caribeña.
Todo indica, al menos hasta el momento, que el actual dignatario de la Casa Blanca ha quedado secuestrado por los entes más reaccionarios y resentidos de la Florida, como son los senadores Marco Rubio, Díaz Balart y compañía, algunos de los que por intereses personales y en contubernio con la mafia miamense promueven disposiciones tan disparatadas como las de Trump, estimulando leyes obsoletas y criminales de bloqueo, y subversión.
Lamentablemente el señor Biden se ha convertido en un seguidor de la estrategia fallida y genocida de anteriores gobiernos. No tiene en cuenta el sentir de la inmensa mayoría de los contribuyentes estadounidenses y también de cubanos y de otros orígenes radicados fuera del lucrativo negocio de la contrarrevolución que subsiste en la guarida miamense donde se cobijan grupos violentos con record en prácticas extremistas contra el noble pueblo cubano.
Cuba no olvida entre miles de infames acciones la más reciente ignominia; el ametrallamiento de la embajada de la Isla en Washington organizado desde el sur de ese país. Todavía la humanidad espera por la condena de Washington ante el grave quebranto de los Acuerdos de Ginebra, instituido para las sedes diplomáticas.
Hombres y mujeres de buena voluntad de esa nación y del mundo han criticado la doble moral que demuestra la Casa Blanca ante determinado actos de fanatismo y violencia. Recordar los sucesos del asalto al Capitolio en ese territorio que dejó estupefacta a la comunidad internacional y tuvo la complacencia del magnate Trump y sus acólitos.
El pueblo cubano y la mayoría de los norteamericanos aspiran a una vecindad basada en la concordia y las relaciones diplomáticas normales, y de respeto mutuo entre ambos Estados.
Es hora de que prevalezca la sensatez en la administración de EE.UU. La Mayor de las Antillas jamás ha agredido a nadie en el territorio norteamericano, tampoco orienta estrategias subversivas ni financia grupúsculos terroristas en esa nación para revertir el orden constitucional.
¡Dejen tranquila a Cuba que merece vivir en paz y sustentar el sistema político y socio-económico que su población, en referendo y en las urnas decidió, sin injerencia foránea alguna!
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