Honremos este 9 de mayo, natalicio de Celia Sánchez, a esta luchadora incansable, muy amada por el pueblo, alma de los necesitados, quien en cada obra que emprendiera siempre vinculaba lo útil con lo bello, pero sobre todo recordemos a la mamá que fue Celia.
Sabemos de su pasión por el arte y la necesidad de educar al pueblo en el sano disfrute de la cultura. Su gran fortaleza de carácter, tenacidad, y sensibilidad patriótica y política. Con su nombre de guerra, Norma, constituyó una figura fundamental en los preparativos de la expedición del yate Granma y del inicio de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra. Como integrante del pelotón de la comandancia, combatió en El Uvero. Fue la primera mujer que ocupó la posición de soldado combatiente en las filas del Ejército Rebelde.
Estuvo relacionada con la creación del batallón femenino Mariana Grajales, que operaba en la zona de La Plata, Sierra Maestra, como apoyo a la retaguardia guerrillera. Este hecho demostró que las mujeres cubanas también podían ocupar posiciones de combatientes guerrilleras en los combates del Ejército Rebelde contra el gobierno de Batista.
Después del triunfo revolucionario asumió importantes tareas y responsabilidades, y fue participante activa de los momentos más trascendentales de la Revolución. Sin embargo, no hay mejor evocación que la de su hija Eugenia Palomares Ferrales, quien en una ocasión comentara a Tribuna de La Habana el gran amor, admiración y respeto, que sentía por quien fuera su mamá, pero sobre todo nunca olividaría la firmeza y rectitud de su carácter, que influyó de manera significativa en su vida y la convirtió en una mejor persona.

“Celia era una mujer muy independiente y sabía hacer de todo. Recuerdo que dormía muy poco, tenía mucho trabajo, se reunía desde las 5:00 de la mañana. Siempre estaba pendiente a los problemas del pueblo a través de nosotros, para darle solución. Tenía mucha responsabilidad, pues atendía cuatro direcciones, del Consejo de Ministro y del Consejo de Estado, pero siempre tenía un momento para atendernos, a mí y a otros tres niños que cuidaba, que eran casos sociales.
“Vivir con Celia fue un placer inmenso y además, un proceso de formación, porque todo lo que soy y lo que aprendí se lo debo a ella. Nos enseñaba a cocinar; a comer adecuadamente, porque teníamos la costumbre de hacerlo con los platos en las manos. Nos inculcó el respeto a los maestros, que para ella eran sumamente importantes. Era una ferviente martiana, y aunque no hablaba mucho de Martí en la casa, se veía que dentro de ella había un Martí impregnado”.
“Me inculcó leer sobre él, Gómez, Maceo, de las tradiciones patrióticas. A ella le debo ser maestra y tener la capacidad de formar a las nuevas generaciones. Pienso que hay que tener a Celia muy presente porque fue una educadora y formadora de hombres y mujeres; y yo soy un ejemplo de ello”, afirma con enorme orgullo.
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