La Embajada de Cuba en Bahamas mantiene comunicación permanente con la Cancillería, Inmigración y la Real Fuerza de Defensa de Las Bahamas (RBDF, en inglés) debido al naufragio de una embarcación, en la que un grupo de ciudadanos cubanos intentaban llegar de manera irregular a Estados Unidos (EE.UU.). Una vez más entre las víctimas de la política migratoria estadounidense se encuentran niños. Según la Real Fuerza de Defensa de Bahamas pudieron encontrar 12 personas con vida y un cadáver; aunque estiman desaparecidos, entre ellos mujeres y dos niños.
Evoco un testimonio desgarrador que escribí hace algún tiempo. Recuerdo que, en el año 1983, un yate de matrícula norteamericana y procedente del estado de la Florida se accidentó, frente a las costas del litoral norte de Pinar del Río. Se llamaba: The Blue Wind.
Viajaban cuatro personas: un joven inglés (que pagaba el recreo), dos norteamericanos (un matrimonio): ella, bióloga, cocinaba, él, expiloto de combate y veterano de Viet Nam, hacía de capitán de la embarcación turística. El cubano era un joven estudiante del cuarto año de ingeniería Naval. Se llamaba Tomás. Sus padres, abogados, lo habían sacado de Cuba con apenas siete u ocho años.
Durante más de dos horas luchamos contra un mar fuerza 4-5, en una embarcación de 36 pies de eslora para llegar al cabezo en forma de uve en el cual estaban atrapados y a punto de ser destruidos y, por supuesto, muertos en caso de naufragar la embarcación sobre los arrecifes que semejaban un pétreo campo minado a más de tres millas náuticas de la costa firme de Cuba.
Sobre la proa orientaba al timonel, mientras sentía la rabia del mar impactando con violencia en mi cuerpo, como si evitara que perdiera de vista el pequeño velero de un solo mástil al cual nos acercábamos. No sentía miedo, sino la agonía de que no pudiéramos llegar a tiempo...
Días antes habíamos sido testigos de un macabro encuentro: cuando abordamos otro pequeño velero sobre el cual todo estaba destrozado como si hubiese sido asaltado por piratas... Encontramos la documentación. Los pasaportes de dos adultos (supongo un matrimonio) y el de un niño. Su bicicleta amarrada a la baranda de babor, los zapatos tirados en el camarote, donde no había ningún objeto que mostrara valor más que aquellos documentos.
No pude dormir aquella noche. Imaginaba el terrible final de aquella familia. Por eso no sentíamos temor, cuando exponíamos nuestras vidas para auxiliar a las personas que estaban atrapadas en aquel pedazo de mar que parecía un hoyo del infierno y desde el cual ondeaban los restos del pabellón norteamericano.
Cuatro horas después de permanecer acompañándolos sin poder realizar un abordaje directo, esquivando la fuerza de las olas, escuchando la tensión del timón, para evitar que se destruyera nuestra posibilidad de gobernar (en términos marineros), comenzábamos la peligrosa maniobra de auxilio. Sin embargo, cada vez más el estado del tiempo empeoraba y la tarde amenazaba con desplomarse sobre nosotros. Pilotear nuestra nave patrullera, en aquellas circunstancias, era también un riesgo. Las olas barrían la cubierta y se escurrían hacia el camarote y la sala de máquinas, en el enorme cachumbambé donde podíamos naufragar sin llegar a saber cuán difícil podría ser una noche cerrada bajo las embestidas del mar.
Desde el establecimiento pesquero en Dimas, apareció una embarcación tipo Cayo Largo. La maniobra (debido a la coordinación de las habilidades de ambas tripulaciones) pudo realizarse. El joven Tomás, el compatriota, hizo un verdadero giro y atrapó el cabo que lanzamos, haciendo tijeras con sus piernas. Luego corrió veloz a la proa del velero e hizo el amarre. El norteamericano logró cortar los cabos que apenas los sostenían. Cruzamos por detrás del Cayo Largo y lanzamos la poderosa cuerda para el remolque del The Blue wind. Fueron momentos agónicos. Ver deslizarse el yate estadounidense nos hizo sentir aliviados.
Seguidamente, volvieron las tensiones. ¿Cómo salir de aquel infierno?
Con un enorme esfuerzo logramos hacer el giro sobre una gigantesca ola y colocar el viento en la popa con la proa enfilada hacia el Cabo de San Antonio. Caíamos en una tremenda pendiente. Mirábamos la columna de agua levantada a nuestras espaldas. Todo dependía de la suerte. Si la cresta de la ola estallaba sobre nosotros no estaría escribiendo estas líneas.
Los motores de nuestra embarcación dejaron de responder por segundos que tenían la distancia de un siglo, ahogados bajo el enorme alud de agua que se levantaba como un rascacielos en la popa. Caíamos... de momento respiró, como un animal resollando cansado, y pudimos escuchar su vital ronquido despertar con fuerza al final de la bajada. Ahora subíamos en el lomo de otra ola. Vivir aquellos momentos nos hizo envejecer algunos años. Delante el The Blue Wind parecía una gacela detrás de su protector el Cayo Largo pesquero procedente del puerto de Dimas.
Al atardecer llegamos al puerto de Arroyos de Mantua. Nuestra embarcación mostraba el impacto de las olas. Entonces no sabía que un metro cúbico de agua provoca la energía (de golpe) de una tonelada. Compartimos nuestros víveres con los tripulantes del yate de recreo. Lo hicimos en silencio. Ellos trajeron algunos refrescos enlatados. Nosotros la comida caliente y pescado fresco que nos proveyeron los pescadores. Por un momento parecíamos una familia. Ellos durmieron. Nosotros protegimos sus sueños.
El siguiente amanecer fue hermoso. Aún lo recuerdo y me estremezco. Conversamos, por primera vez. El veterano de guerra, reconoció con dolor y vergüenza su participación en incursiones aéreas sobre Viet Nam, sembrando la muerte. Aseguró que ningún otro ejército haría lo que nosotros por salvar sus vidas en aquel temporal. Por supuesto, era su opinión. Escuchamos.
Tomás estaba contento. Había vuelto a Cuba. Considero que, más bien, había vuelto a nacer en su Patria. La bióloga sonreía. Había sido invitada a visitar una escuela rural de la comunidad pesquera de Arroyos de Mantua, en Pinar del Río, mientras era reparado el Blue wind. El joven inglés no paraba de hacer chistes (en el sutil acento británico y muy comprensible). Fuimos, por unas horas, una familia. Por supuesto, el veterano de guerra nos dijo que nada podía decir de aquella aventura, donde estuvieron a punto de morir en un naufragio. Las leyes norteamericanas (desde entonces) impedían que lo hiciera sin ser sancionado.
Mi participación en rescates de este tipo, se sucedieron mientras estuve de servicio. Sé que antes otros lo hicieron y algunos no regresaron para contar sus testimonios. Sé que ahora otros lo hacen. Hombres que cumplen su compromiso con la Patria en el anonimato, por los que han muerto para salvar, también, a ciudadanos norteamericanos.
Ver además:
Cuba insta a prevenir trágicos incidentes como consecuencia de la migración irregular
Has vivido experiencias que nos llegan compartiendo tus sensaciones y qué satisfacción escuchar las palabras del veterano del Vietnam cuando aseguró " ningún otro ejército haría lo que nosotros por salvar sus vidas en aquel temporal. " y es muy cierto. Gracias
Gracias Velia, justo cuando se cumple el aniversario de la fundación del periódico Patria debemos, los periodistas, mostrar estas verdades. En mi caso tuve ese y otros testimonios aun más desgarradores sobre las consecuencias de la inmigración ilegal provocada y estimulada por el gobierno de los Estados Unidos contra Cuba.
Cuba siempre ha estado dispuesta a cooperar con los EEUU en todo lo que respecta a emigración, para promover una migración, pero es el gobierno de EEUU el que siempre ha puesto trabas a todos los intentos. Cuba libre y soberana aboga por hacer cumplir todas los acuerdos y leyes internacionales y está dispuesta en todo momento al diálogo, siempre bajo el respeto de los principios, lo cual el gobierno de EEUU nunca ha aceptado.
Gracias Williams, comparto su opinión como la prueba de lo que nos "ofrece" el gobierno de los Estados Unidos con el propósito de estimular estas salidas ilegales bajo el riesgo de perder la vida como ha sucedido durante todos estos años de guerra encubierta de Washington para destruir a la Revolución cubana.