“Que no se detengan los tanques hasta que las esteras se mojen con el agua de la playa, porque cada minuto que esos mercenarios estén sobre nuestro suelo entraña una afrenta para nuestra Patria”. Fidel

“Estamos combatiendo en la playa y no tenemos munición. Por favor, envíen ayuda”, pidió San Román por radio a sus asesores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). En su última transmisión, dijo: “No tengo con qué combatir. Nos vamos al monte”. Así fue la versión que ofreció a un diario estadounidense, el entonces jefe de la invasión de Bahía de Cochinos, José Pérez San Román, quien (dicen) se arrodilló y besó la arena con alegría cuando desembarcó en Playa Girón, en la costa sur de Cuba. Dos días después, sus 1 500 hombres habían sido derrotados.

Tenía apenas cuatro meses de nacido cuando el criminal ataque a mi país. Crecí escuchando versiones de los que fueron derrotados en la invasión mercenaria que apoyó y financió el gobierno de los Estados Unidos para derrocar a la naciente Revolución Cubana. Supe que muchos de los invasores capturados aseguraron los más disímiles cargos en la avanzada para crear una cabeza de playa, establecer un gobierno provisional y solicitar la participación de los buques de guerra y aviones que esperaban el éxito de la brigada que alcanzó las costas de Girón. 

Foto: Archivo de Tribuna de La Habana

Capellanes, cocineros y ayudantes de cocina eran los cargos que más se repetía entre los prisioneros. Pero ahora escucho esta versión de quedarse sin municiones. No. En realidad, se quedaron derrotados. Los combatientes héroes de Playa Girón, dirigidos por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, impidieron que se consumara el propósito que después reconocería el presidente JFK, quien accedió a indemnizar a Cuba por lo que algunos trataron de asumir como el cambio por compotas y alimentos. En realidad, el gobierno estadounidense debió pagar a Cuba, por aquel ataque.

En las primeras horas de la madrugada del 17 de abril, con las informaciones que llegaron al Punto Uno sobre los combates en Playa Larga y en Playa Girón, Fidel junto con los oficiales que le acompañaban en el Estado Mayor, evaluó las condiciones excepcionales de la zona de la Ciénaga de Zapata, su aislamiento del resto de la Isla a la que se une solo por tres terraplenes construidos por la Revolución en sus dos años de gobierno.

Durante ese análisis, el Comandante en Jefe apreció que, si el enemigo desembarcaba por allí, había que garantizar el acceso de nuestras tropas por una de las tres carreteras y decidió garantizar la que estaba más próxima: la de Australia a Playa Larga. Y esa fue la misión que se le dio a la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas al frente de la cual se encontraba el capitán José Ramón Fernández.

“¿Cómo pudimos darnos cuenta —preguntó Fidel— de que aquella podía ser la dirección principal? Al continuar llegando noticias de los desembarcos en Playa Larga, que ya se habían producido combates con los milicianos que custodiaban el lugar y también sobre desembarcos por Playa Girón, la primera deducción que hicimos nosotros fue la siguiente: estos, efectivamente, van a tratar de ocupar un pedazo del territorio nacional; estrategia que tenía mucha lógica, porque no era de suponer que ninguna expedición mercenaria fuera a derrotar al pueblo de Cuba, aquello tenía que ser el inicio de un mecanismo para organizar una intervención de Estados Unidos a través de la OEA. Eso era clarísimo, ya tenían los dispositivos creados para formar un gobierno [...] para instrumentar la intervención extranjera”.

“Sin embargo, lo que viene a confirmar definitivamente la idea de que por allí era el golpe principal es cuando, al amanecer, lanzan a los paracaidistas para tomar la carretera de Yagua­ramas a San Blas, Covadonga-San Blas, Australia-Playa Larga, precisamente en la zona de la ciénaga”. (1)

La concepción del plan enemigo, desde el punto de vista estratégico y táctico era acertada, pues en esa franja de tierra firme entre la costa y la Ciénaga de Zapata, entre Playa Larga y Playa Girón podían desembarcar hombres y armamentos pesados por la bahía de Cochinos y utilizar el aeropuerto recién construido por la Revolución. Geográficamente, esta área está separada de la tierra firme por una gran ciénaga y solo puede llegarse a ella por las tres carreteras señaladas por Fidel. 

Foto: Archivo de Tribuna de La Habana

Julio González Rebull, invasor retirado en Miami, ofrecía una explicación tergiversada sobre los motivos que le arrancaron la victoria de aquel ataque imperialista que contó con el apoyo directo de aviones, portaviones, y parte de una flota para invadir a Cuba, por Playa Girón, después de los ataques sorpresivos en los aeropuertos cubanos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y Santiago de Cuba, el 15 de abril de 1961.

“La brigada no se rindió, se quedó sin munición”, dijo en una de las entrevistas a diarios estadounidenses, con el contubernio de algunos veteranos de la brigada 2506, en la cual culparon directamente a Washington. “Estados Unidos nos entrenó y después nos abandonó”, aseguró el mercenario.

Cinco hombres rana y un oficial de la CIA, Grayston Lynch, fueron los primeros en desembarcar horas antes del amanecer el 17 de abril de 1961. Su misión era colocar luces en la playa para guiar al resto de la fuerza de asalto anfibio.

Unos 1 300 combatientes exiliados debían desembarcar y establecer una cabeza de playa de 40 millas de ancho en la orilla este de la bahía de Cochinos, desde Playa Larga en el norte hasta Playa Girón en el centro y Caleta Verde en el sur. Durante las primeras horas la invasión pareció marchar bien.

“Repelimos tres ataques durante el día, entre ellos uno por la tarde por parte de más de 1 000 milicianos y soldados”, escribió Erneido Oliva, jefe de las operaciones en Playa Larga y segundo jefe militar de la brigada.

Paracaidistas de la brigada capturaron dos vías clave para la invasión, estrechos terraplenes construidos sobre la mayor zona pantanosa en el Caribe, la Ciénaga de Zapata. Su infantería tomó una pista necesaria para recibir suministros. Por esta pista también llegaría un gobierno “civil” que solicitaría reconocimiento internacional.

Seis bombarderos B-26 de la brigada lanzaron bombas de 250 libras sobre el primer y último vehículo de un convoy de policías y milicianos en un terraplén, y ametrallaron al resto con sus ocho ametralladoras calibre 50 emplazadas en sus narices. Cuba reportó después 1 800 muertos y heridos sólo en ese combate.

Así lo publicó El Herald y me pregunto: ¿A más de medio siglo de esta gran derrota a quién pretenden engañar con esas falsas versiones? Las imágenes de la estampida, la falta de cooperación y apoyo entre los mismos mercenarios en un esfuerzo por no ser capturados los llevaron al asesinato de pobladores de la zona con el objetivo de utilizar sus pertenencias y escapar. El juicio realizado permitió que declararan ante el mundo. En ningún momento alguno de estos mercenarios explicó que habían sido derrotados por falta de municiones. Una nueva mentira para intentar minimizar lo que fuera la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América Latina.

Rememorar aquellos días de abril de 1961 es recordar la intervención de Fidel en la esquina de 23 y 12, del Vedado, actual municipio de Plaza de la Revolución, durante el sepelio de las víctimas por los bombardeos mercenarios: “Esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”.

Aquel 16 de abril de 1961 resulta una fecha doblemente gloriosa, pues además de proclamarse el socialismo nació el actual Partido Comunista de Cuba, heredero legítimo del Partido Revolucionario de José Martí, de 1892, y del primer partido marxista-leninista fundado por Carlos Baliño y Julio Antonio Mella, en 1925. El Partido Comunista de Cuba, que mantiene al pueblo unido ante desafíos que deparan los nuevos tiempos y nos conduce a la victoria.