La emergencia que hoy nos convoca y obliga a evocar el ajetreo de los entonces bisoños científicos –actualmente renombradas figuras a escala internacional– en las casas de la barriada de Cubanacán, al oeste de La Habana, dispuestas por el Comandante en Jefe, Fidel, para acelerar los cimientos de lo que fuera el polo científico, uno de los enclaves más importantes para las ciencias de Cuba, y donde numerosos especialistas se formaron y asumieron el desafío de preparar las vacunas contra enfermedades que laceraban a millones de personas en el planeta y otras introducidas deliberadamente por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos en su guerra encubierta contra la Isla.

A la entrada del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, CNIC, un letrero perpetuaba las palabras del líder de la Revolución cubana: “El futuro de nuestra Patria tiene que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia (…)” y la frase podría ser considerada una quimera en medio de las adversidades provocadas por el bloqueo genocida contra Cuba, impuesto por Washington, cuando apenas comenzaba a cumplirse el sueño de graduar los miles de médicos que necesitaba el país.

Los testimonios, de quienes “habitaron” esas casas para hacer urgentes investigaciones en el campo biomédico, confirman la presencia de Fidel a cualquier hora, debatiendo, sugiriendo, escuchando, pero sobre todo alentando a los investigadores en una carrera atroz contra el tiempo, no se podía perder una milésima de segundo. Gestionaba, personalmente, la inclusión de becarios en prestigiosas instituciones foráneas capitalistas para los cuales sus amigos de otras latitudes le solicitaban “uno solo”, por el temor de ser descubiertos por los servicios de Inteligencia de Washington que monitoreaban cualquier ayuda a la Mayor de las Antillas, y se encontraban que Fidel les enviaba cuatro. Únicamente las declaraciones de los investigadores del Interferon podrían llenar varios libros de estos testimonios.  

Fidel, visionario de los peligros que acechan a la existencia humana, destinó horas de su escaso tiempo como estadista para la fundación del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, la institución científica cubana que actualmente se convierte en el epicentro de la esperanza frente a uno de los virus más agresivos y letales conocidos por la humanidad.

La campaña de desacreditación a los servicios de Salud de Cuba y contra la presencia de los médicos cubanos, en la misión de colaboración internacional, colapsa frente a la verdad irrebatible que representan la creación de una Escuela Latinoamericana de Medicina (Elam) y del Contingente Médico Henry Reeve, pero sobre todo ante la indestructible solidaridad de la Isla, para extender su apoyo en medio de los ingentes sacrificios que impone el bloqueo genocida impuesto por Estados Unidos.

No podemos dejar de pensar ni un instante en el esfuerzo de Fidel y su confianza en quienes llevarían sobre sus hombros la titánica tarea. Especialmente porque esta batalla que libramos hoy, recuerda como cita recurrente una frase de nuestro José Martí: “Cuba no anda de pedigüeña por el mundo: anda de hermana, y obra con la autoridad de tal. Al salvarse, salva…”.

PIE DE FOTO:  Los médicos especializados en el enfrentamiento de desastres y graves epidemias, integrantes del contingente internacional Henry Reeve, han atendido a más de tres millones y medio de pacientes en el mundo, desde que fuera creado por Fidel en el 2005.