Una reciente mañana, el hombre que tuvo el mérito de descubrir a la famosa vaca Ubre Blanca, premiada con varios records Guinness, compartió historias y anécdotas que no deben ser olvidadas.

Con 67 años recién cumplidos, Arnoldo Carreño Martínez agradece todos los días la vida que le ha tocado.

A su fortuna mayor, que son el hijo, la nuera y los dos nietos, le añade la felicidad de despertar en un lugar rodeado de mucho verde, dentro de los predios de la granja Justis, en las afueras de Guanabacoa, donde el olor a campo le aviva los recuerdos.

Una reciente mañana me abrió las puertas del hogar y de su corazón, para compartir historias y anécdotas guardadas con celo desde que en la vaquería 5, del distrito La Victoria, en la Isla de La Juventud, descubriera a Ubre Blanca, la famosa vaca que a principio de los años ochenta del pasado siglo batió varios récords Guinness con una producción lechera sin precedentes.

Nunca ha perdido el acento oriental -nació en Puerto Padre, en la provincia de Las Tunas-, ni tampoco la capacidad de contar, con humildad extrema, detalles sobre los encuentros e intercambios con el Comandante en Jefe Fidel Castro, quien lo coronó al decirle: “Guajiro mira que tú sabes; eres el mejor ganadero de Cuba; de Cuba no, ¡del mundo!”.

Tenía la experiencia de lo aprendido desde que en 1976 entrara a trabajar a La Victoria, donde pasó un curso que le aportó vastos conocimientos, “casi salí veterinario”, señala risueño, pero, además, cargaba en las venas el deseo de seguir el camino de los padres, ganaderos de pura cepa.

Por eso, cuando sus manos se acercaron por primera vez a la ubre más prodigiosa de Cuba, -era el tercer parto de la vaca- comprendió estar ante un suceso sin precedentes.

“De las 150 reses que allí teníamos unas 80-90 estaban en ordeño. Un día me doy cuenta de que ella producía por encima de la media. El ordeño era rústico, con un motorcito de petróleo. En uno de esos me doy cuenta de que cada vez que le ponía el tubo del equipo, se botaba la leche. Por eso decido hacerlo a mano y me daba 25-26 litros. Pero si esta vaca es un fenómeno, dije. 

Foto: Tomada de Redes Sociales

“Después vino lo que ya se sabe. Nos visitaban personas de todas partes, muchos periodistas. Se mandó a hacer un muro y trepaban para ver cada ordeño, desde el primer chorro hasta el último. A Ubre Blanca no había quien la parara”, evoca orgulloso, tras enaltecer el desempeño de tantos, como el imprescindible veterinario y amigo Jorge Hernández Blanco –Yoyi-, y otros compañeros de un equipo multidisciplinario quienes, con esmero, una dieta y manejo adecuado, cuidaron a la F2 cubana, producto de un cruce de dos razas, la Holstein -de alta producción lechera- y la Cebú -muy resistente al calor

¿Se acuerda mucho de ella?

-En la vida real mil veces, sobre todo si ordeño alguna vaca, y al ver la leche que da, le digo: Mire que usted es cobardona. ¡Si hubiera visto a Ubre Blanca cará!

“Se adaptó mucho a mí; si alguien le abría la puerta del cubículo daba vueltas y no salía hasta tanto yo no le dijera Ubre Blanca, dale que estamos atrasados; entonces venía derechita.

“Fíjate, escucha esto, cuando llegó a los 365 días de ordeños, solo le dábamos uno para empezar a secarla. Como yo debía irme durante varios días a una plenaria en La Habana, se la encomendé al vaquero Juan Morales. En medio de la reunión entró un policía,  y le pidió permiso al Comandante para anunciar que de la Isla habían mandado a decir que ella no se dejaba tocar. Fidel miró el reloj, y al ver que faltaban 15 minutos para la salida del avión dijo: ¿Qué ustedes creen si paramos para que El Guajiro vaya a ordenar la vaca? Así se hizo todos los días que duró la plenaria”. 

Foto: Dayamí Cabrera González

Hace más de 40 años que se levanta de madrugada para empezar la faena. Lo mismo ha sacado de apuro a una vaca de parto, que al vecino atribulado por que su res no da suficiente leche.

La Asociación Cubana de Medicina Veterinaria filial La Habana acaba de reconocerlo por su participación en el desarrollo de la ganadería cubana. Al verlo rodeado de quienes le admiran se comprende por qué Arnoldo Carreño es un hombre feliz. ¿Quién es el?, preguntó alguien. “Un día te contaré quién soy”, contestó, y siguió andando con el tesoro mejor resguardado de su memoria.