Como aquel 2 de diciembre de 1956 se precisa navegar por aguas tormentosas. Arribamos al aniversario 63 del desembarco del yate Granma, también Día de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), en medio de tensiones y acechanzas, pero que constituyen momentos transcendentales y definitorios para la garantía presente y futura de una Patria libre y próspera. Así hay que verle.
El pequeño yate ahora es nación. De sus viejos troncos brotan vigorosos retoños nuevos y es otro, y a la vez el mismo, el joven abogado, fiel servidor de su tozuda vocación patriótica e independentista, renunció presto a las comodidades de familia rica para asumir, con la humilde grandeza de los grandes, el liderazgo de lucha por la independencia de Cuba.
Y si picado estaba el mar de entonces, hoy lo está el mundo. Y si aquella vez el riesgo de zozobrar provenía de los caprichos de la naturaleza, ahora corren a cuenta del “Norte revuelto y brutal” que actualmente nos desprecia todavía más. Pero como otrora, los 82 expedicionarios trocados en millones desbaratan macabros planes, soportan escaseces con la frente en alto. Una y otra vez hacen morder el polvo de la derrota al imperio más poderoso de la historia humana.

Momento para la remembranza y el tributo. A mi mente acuden un hombre extraordinario llamado Fidel Castro y su Ejército, invencible por popular e íntegro. Habían llegado, no para entrar victoriosos a La Habana sino para repartir probidad, pan, libertad y repetir la entrada victoriosa por las calles de Luanda, Cabinda, Adis Abbeba, de verde olivo o de batas blancas, contra opresores o enfermedades.
De travesía anda todavía el Granma y en su tránsito –como sentenciara el General de Ejército Raúl Castro, “la pequeña nave ha pasado a ser símbolo de independencia, dignidad y justicia, de permanente decisión de lucha y fe inquebrantable en la victoria. Por eso (…) seremos siempre tripulantes del Granma. ¡Esa es la garantía de la eterna existencia de la Revolución y de la Patria!”.