La actual administración de los Estados Unidos recrudece el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba el cual tiene en su haber récord histórico de permanencia, además de ignominia y crimen de lesa humanidad contra una pequeña isla del Caribe que por su idiosincrasia y cultura política no comparte las estrategias neoliberales, abusivas e imperiales de la Casa Blanca.

El actual presidente Donald Trump añade nuevas falacias, chantajes y pretextos para sustentar el asedio y la subversión contra la Mayor de las Antillas, daña las relaciones diplomáticas y los encuentros entre profesionales encaminados a mejorar el diferendo con La Habana, iniciados por el anterior dignatario, Barack Obama. 

Incorporar a la nación cubana en una lista espuria de países que no contribuyen a erradicar la “Trata de Personas” es una de las aberraciones más grandes que pueda tener gobierno alguno en esta era contemporánea.

Cómo atreverse a semejante estupidez cuando la comunidad internacional conoce y tiene experiencia sobre la colaboración solidaria y profundamente humana que miles de médicos, enfermeros, técnicos de la Salud y de otras ramas del conocimiento han brindado a decenas de pueblos del mundo ante precarias situaciones sanitarias, terremotos, epidemias como las de ébola, cólera y otras que han contado con la asistencia precisa de galenos y especialistas procedentes de la Isla.

La ceguera política de Trump, Pence, Burton, Rubio y el séquito de ignorantes o quizás perturbados con la realidad cubana que tiene en su alrededor el Presidente norteamericano, han logrado aislar más a los EE.UU. de su vecino natural ubicado a 90 millas, y también del resto de las naciones del orbe que ven las, cada vez mayores, posibilidades de negocios e intercambios mutuamente ventajosos con la Mayor de las Antillas.

Mientras Cuba está abierta al mundo en relaciones e inversiones que aposten al desarrollo sostenible y coadyuven a la prosperidad y bienestar de sus ciudadanos, Washington declara nuevas sanciones, prohibiciones de viajes, afecta a empresarios, compañías norteamericanas y a su propio pueblo interesado en este mercado, interrumpiendo vínculos bilaterales.

De igual manera, la administración Trump continúa dedicando millones de dólares a la subversión interna, aún a sabiendas que buena parte de esos fondos se desvían hacia fines personales, engrosando los bolsillos de una connotada mafia radicada esencialmente en Miami, la cual vive del negocio de la contrarrevolución, desde hace más de 55 años.

Y por si fuese poca tan descabellada experiencia, este mismo gobierno de los Estados Unidos arremete brutalmente y de forma antihumana contra el pueblo de Venezuela al cual también priva de acceso a productos y tecnologías de Salud y alimentos “robándoles o reteniendo” millones de dólares en bancos de Norteamérica y Europa. Estas acciones son tan insólitas e ilegales como también son las persecuciones financieras contra países del Sur (en vías de desarrollo), los cuales son parte activa de las Naciones Unidas.

El gobierno de Trump burla el derecho internacional de forma desvergonzada y con carencia de toda ética e inteligencia, como debe corresponder a quienes tienen responsabilidades ante los destinos de su país.

Los diferendos entre Estados soberanos no pueden dirimirse con estrategias agresivas ni arrogancia imperial, así jamás podrán entenderse, ese no puede ser el rumbo en una era de civilización humana que ya alcanza al siglo XXI.