Parecía un mal sin fin, una historia de nunca acabar. La cola, decían “los organizadores”, empezó hace dos, tres, cuatro días..., la lista la tiene tal, o mas cual persona. Al final, tras horas de espera, llegaba la temible noticia, se acabó el producto deseado.

Y al otro día, por más temprano que uno llegase, aun cuando parecía no había nadie, la lista la tenía la misma persona, y delante ya habían infinidad de turnos, personas que no estaban pero llegaban, puntualmente, antes de que abriese la tienda. Y uno, que no es creyente, llegaba incluso a prenderle una vela a cuantos santos existen, para que al menos hoy “clasifique, pues ya mañana tengo que trabajar”, o simplemente, seguía de largo, porque era imposible quedarse a ver si “la suerte le sonreía a uno”.

Pero por fortuna, no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista, y el Estado ha tomado cartas en el asunto para “ponerle el cascabel al gato”. Desde este lunes, comenzó el enfrentamiento a los coleros, esos que junto a revendedores y acaparadores se hacían con los primero turnos de las colas, y con los productos que en las distintas tiendas y centros comerciales se venden, para después revenderlas.

Como dice la canción de Carlos Puebla, se acabó la diversión... llegó el (pueblo) y mandó a parar. Y digo el pueblo, porque Fidel está en cada uno de nosotros, en la educación que recibimos, y en la forma de enfrentar los males que nos aquejan, de contribuir, entre todos, a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, tal como ocurre ahora con el enfrentamiento a coleros, acaparadores y revendedores. Sin lugar a dudas para esas personas que “Aquí pensaban seguir/ y seguir de forma cruel (...)/ Sin cuidarse ni la forma/ Con el robo como norma” llegó el final de su reinado.