Provengo de una larga tradición de padres ausentes y crecí al borde de la creencia de que la madre es el único pilar verdadero en la crianza de un hijo porque al final “los hombres van y vienen”, muchos se desentienden o simplemente se limitan a cumplir con una obligación monetaria que tiene suficiente de trámite y demasiado poco de corazón. Así sucede, es cierto. Pero nada en el mundo se constituye absoluto.

Foto: Claudia Pis Guirola

Este hombre de la foto alimenta a nuestro hijo, lo asea, lo duerme, le canta, juega con él y se emociona profundamente con esas cosas que uno vive mientras “parenta”, imposibles de describir. Este hombre de la foto, aun si mañana no vive más junto a nosotros, se habrá ganado el derecho universal que este nuevo Código de las Familias tan llevado y traído pondera en el afecto.

Con el nacimiento de Yunuen comprendí que sí es posible una familia otra que, en mi caso, viene a ser la tradicional, tan ajena y desconocida hasta el momento. La mía siempre fue de esas que hoy tantos se empeñan en desconocer y que ahora finalmente será protegida.

Soy fruto de la diversidad y de las reconfiguraciones familiares que la vida fuerza en ocasiones; sé bien lo que las abuelas y tíos pueden significar para el desarrollo de un niño y deseo -con todas mis fuerzas- que la lucidez de mi amado país alcance para asumirlo, así como la capacidad de cualquier pareja fuera de los cánones heteronormativos para criar a un pequeño.

Vale aclarar que el Código es mucho más, y es una lástima que no se tome en serio su lectura o se deje llevar por ataques homofóbicos y en consecuencia irremediablemente superficiales.

Descargar aquí el Proyecto de Ley del Código de las Familias 

Espero y confío en el amor.

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