Fue este sábado 21 de septiembre, pasadas las dos de la tarde, cuando el sol parecía decidido a partir el cielo en dos sobre las calles polvorientas de Altahabana , en el municipio Boyeros.

Un anciano caminaba solo, con paso corto y vacilante, por la avenida de calle 100 y calzada de Aldabo. Llevaba una camisa abotonada de forma desigual, pantalones arrugados y un rostro que mezclaba confusión con cansancio. Se detenía cada pocos metros, giraba la cabeza como buscando algo, como si no recordara hacia dónde iba… ni por qué.

Algunos pasaban de largo, otros lo miraban sin detenerse. Hasta que ella llegó. Era una mujer policía, de esas que se cruzan a diario por la calle pero pocas veces se observan de verdad.

Foto: Maya Cuba

Jovencita, menuda, con su uniforme bien puesto y una mirada que lo decía todo. No se acercó con brusquedad. Se agachó apenas, para mirarlo a los ojos, y le habló bajito, casi como si no quisiera asustarlo.

No le pidió documentos. Le preguntó si tenía sed. Vi cómo sacó de su propio pomo un poco de agua, cómo le limpió con delicadeza el sudor de la frente usando un pedazo de servilleta que sacó del bolsillo. Vi cómo él la miraba, todavía confundido, pero ya más tranquilo. Y cómo, poco a poco, fue recobrando la calma.

Con voz entrecortada, le explicó que vivía por Calabazar, que había salido a comprar pan y había tomado la guagua equivocada. No supo decir bien qué ruta tomó, ni cómo terminó ahí. Ella no lo juzgó. Con voz firme, llamó por su teléfono celular y pidió apoyo para trasladarlo de regreso a casa.

Se quedó con él todo el tiempo, bajo el sol inclemente, acompañándolo como si fuera su abuelo, como si fuera suyo. No lo dejó solo. No se fue antes de que llegara la patrulla. Y cuando el carro se lo llevó, él la despidió con una sonrisa de esas que no se fabrican, que nacen del alivio.

Nadie la aplaudió. No hubo cámaras. Nadie interrumpió su camino para decirle “gracias”. Solo estaba yo, y ahora este pedazo de papel donde intento salvar un gesto que, para mí, vale más que muchos discursos. No sé su nombre. No sé su número de placa. Pero sé que vestía de azul, y que ayer, en Alta Habana, representó lo mejor de lo que significa ser policía en Cuba: humanidad, cercanía, pueblo. Y quizá eso es lo más importante. Porque ella puede ser cualquier cubana. Porque los héroes de azul no están en pósters ni en grandes titulares: están en la calle, con nosotros, sudando el mismo sol y resolviendo lo que haga falta.
Ayer no vi solo a una policía. Vi a una cubana haciendo lo que hay que hacer. Y eso, créame, vale más que mil fotos.

Foto: Maya Cuba

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