Después de andar un día entero por La Habana sin rumbo determinado, llegamos al embarcadero de la lancha que nos puede trasladar a Regla o Casablanca. Decidimos por el primer destino; el trayecto demora escasos minutos. Siempre resulta agradable la vista del mar, varias grúas aguardando la descarga, la brisa, todo de ensueño, pero al llegar, nos espera otro mundo desconocido para muchos.
Lo primero que encontramos es el santuario de Nuestra Señora de Regla, muy pequeñito, pero con todo para brindar a sus fieles. A continuación tenemos el Parque Guaicanamar.
Nos encontramos en un pueblo de personas trabajadoras y sencillas, muy familiares. Una localidad donde se trabaja con amor y lo reflejan sus comercios limpios con señalizaciones, adornos y sobre todo gente dispuesta a recibir al recién llegado con naturalidad y deseos de mostrar las potencialidades de su localidad. Y nos convence su lema: Regla, la Sierra Chiquita.
Se destacan caminando por la avenida Martí, calle principal, además de comercios parques como el de Las madres, José Martí, La mandarria, y otros bien cuidados. No existen los ya habituales basureros que encontramos por toda la ciudad, el cine sin nada que envidiar a muchos principales, el Gobierno, así como todas las demás instituciones y comercios que puede tener una localidad.
Un Liceo donde apreciar todas las manifestaciones artísticas; pueblo con leyendas, historias, y lo principal: vida propia que mostrar a sus visitantes.











Ver además:
Vivo en Regla y me encanta que se hable bien de mi pueblo y mi gente que tienen una idiosincrasia muy peculiar. Se pueden apreciar muchas cosas bonitas en este lugar y en su gente, no obstante, la higiene de esta ciudad no es muy diferente del resto de La Habana. Hay mucho que se puede hacer por mejorarla y falta que hace. Saliendo un poco del centro se observa mucha basura y aguas residuales en las calles. A pesar de todo hay algo mágico en el ultramarino pueblo de Regla que enamora siempre al visitante.