Cada héroe cubano –como cada quien- tiene, en esa condición, un rasgo que por excelencia le sintetiza. Pensador de talla extra y aglutinador sin par, Martí; Maceo, maestro en el empleo de la táctica militar y guerrero inigualable; aquel otro, intrépido; el de más acá, sagaz… Camilo Cienfuegos -sin dejar de ser todo ello a la vez-, por antonomasia resulta el más simpático entre todos los de la abultada constelación de ídolos de nuestra historia patria.

Camilo Cienfuegos Gorriarán, eran su nombre y apellidos. Pero fue asimismo Señor de la Vanguardia, Comandante del Pueblo, Héroe del Sombrero Alón, y Hombre de las mil anécdotas… Con esos títulos honoríficos, muy amoroso, le distinguió su pueblo, para el cual 

-más allá de grados militares, cargos, hombradías y hazañas-, era Camilo, a secas, en un trato -siempre- cercano y familiar; propio de allegados y libre de barreras y distanciamientos.   

Cienfuegos devenido rayo, que ilumina mata, el humilde sastre (6 de febrero/1932-28 octubre/1959) optó por una vida al servicio de su pueblo, y la cosió a la Revolución con puntadas de sencillez, desapego a la fanfarria  y grandilocuencia, en un comportamiento vertical, que hizo acompañar de sonrisas y bromas en el trato y  fiereza en el combate que demostró en la vanguardia de las primeras acciones del Ejército Rebelde, la invasión a occidente al mando de la Columna Antonio Maceo, las hazañas contra la ofensiva enemiga en el verano del 1958.

Cosa difícil: Camilo, sin pretensiones de ninguna índole ni falsas poses, se echó a su pueblo en el bolsillo, cuando, a fuerza de tanto engaño y desgobierno, se había tornado desconfiado y receloso. En poco tiempo llegaron a identificarse tanto, que cuando, en octubre de 1959, el Cessna 310 C, no le trajo de vuelta a su destino, Cuba entera se volcó a buscarle por cielo, mar e incluso en las cayerías.   

Agotadas todas las posibilidades, algunos admitieron que Camilo había muerto, unos pocos escépticos que no supieron darse cuenta que ya para entonces al legendario guerrillero le habían crecido alas en el alma, para renacer imperecedero, una y otra vez, en un mar de flores que se iniciara desde el afluente inicial de sus padres hasta convertirse en una tradición-legado que sobre el  legendario guerrillero, perpetuado por su pueblo. 

Lógico, el hombre mortal de carne y hueso, se tornó bandera. Un paradigma que se revela día a día en millones de cubanos que se entregan y luchan por una Patria y un mundo, mejores, con la certeza de que hay muchos Camilo en el pueblo, razón poderosísima –una de tantas- para sentir orgullo (siempre renovado) de saberse compatriota del barbudo combatiente.

Ver además:

1958: las decisivas batallas de Camilo y Che