Seamos sinceros: probablemente no haya en toda La Habana (ni un Cuba), una sola persona que cuando decida cruzar una calle para hacerlo camine hasta la esquina, como establece la ley e incluso es más seguro; ni tampoco un conductor que al terminar la jornada, pueda decir –con satisfacción- “no cometí ni una sola infracción de las regulaciones del tránsito”.

Lo cierto y triste a la vez es que en materia de circulación vial abundan los transgresores, y entre ellos, algunos lo son por desconocimiento (de las regulaciones), otros son víctimas del descuido, y están quienes lo hacen por vocación.

A lo largo de 2022, en la capital ocurrieron más de 3 300 percances viales. Como consecuencia, los lesionados rondan los 1 500 y los fallecidos superan el centenar, estos últimos, en su mayoría ancianos y jóvenes, de manera que estamos borrando el pasado y comprometiendo el futuro.

Si bien es verdad que las cifras indican incrementos comparadas con las de los dos años de la pandemia (2020 y 2021), en tanto implicaron restricciones de movimiento y circulación, y disminuyen al establecer un paralelo con 2017 y 2018 -los precedentes con normalidad-, al menos a mí, todavía los números me resultan alarmantes.

Nada, absolutamente nada justifica que los accidentes de tránsito terminen por imponerse moda. No podemos admitirlo por absurdo, contraproducente, irracional, pero sobre todo porque ignorar o transgredir las regulaciones que norman la circulación vial, mucho más allá de constituir un insensato acto de indisciplina, representan la posibilidad de trasponer la milimétrica línea que separa la vida y la muerte.

Las condiciones de las calles y carreteras no son óptimas (e incluso para complacer a los más críticos podemos calificarlas de pésimas); las señalizaciones no alcanzan los niveles necesarios, todo eso es verdad, pero, sin lugar a dudas, si de cuidar la integridad personal y la de un semejante se trata, la mejor respuesta ante tales realidades sería extremar las precauciones.

Además, hay un elemento esencial que desmiente a quienes esgrimen tales factores para justificar los descalabros de tránsito y su proceder irresponsable: Las principales causas que los provocan –no respetar el derecho de vía, distracciones y adelantamiento indebido-, responde a factores humanos.

Si la exigencia de los agentes de seguridad vial se hace notar y aparejado no es poca la divulgación dirigida a elevar la cultura de riesgo, se impone una interrogante. ¿Qué más hacer?

A mi juicio mucho podría ayudar avances superiores en el mejoramiento de calles y carreteras, lo cual debería hacerse acompañar con mayor exigencia y rigurosidad en el control del estado técnico de los vehículos (somatón), llamado a experimentar crecimientos en su modalidad de sorpresivos, en plena vía; es menester arreciar el control y apremio a los usuarios de la vía, a los choferes, mas también los peatones; pero sobre todo se impone apostar a la educación vial y el fomento de buenos hábitos desde las edades tempranas, y mientras resulta imprescindible echar una batalla –a conciencia- de nosotros con nosotros mismos, para que al salir a la calle los caminos que tomemos, cualquiera de ellos, dejen de conducir a la muerte.