Si alguien cree que pasados tantos días del accidente en el Hotel Saratoga no es necesaria ni tampoco surte efecto la reverencia, le aseguro que es un error.
En la mañana de este jueves fui testigo de cuán reales y omnipresentes permanecen las huellas del fatídico suceso, en colectivos del sector de la Salud involucrados en aquellas jornadas.
Cada persona que cumplió su parte y mostró elevados valores edificó una historia propia de altruismo, sensibilidad, humanismo y actuar competente. Lo hicieron los integrantes del Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM), del Hospital Universitario Calixto García y del Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, además de otros colectivos acreedores hoy de la bandera de Proeza Laboral concedida por el Sindicato Provincial de los Trabajadores de la Salud en La Habana.
Se trata de un estandarte que premia lo supremo, aquello que ilustra lo que corresponde hacer, y más allá. Así se percibió en las palabras del secretario general del sector en la capital cubana, Noiman Nápoles Umpierre, quien en breve recuento delineó la entrega de esas instituciones premiadas de manera individual y colectiva. “Cuando lo más inmediato era salvar vidas, no hubo descanso”, aseveró.
Por una de aquellas protagonistas conocí que existe una hora dorara. Define ese primer tiempo tras un evento, cuando la inmediatez marca la diferencia entre la suerte o la fatalidad. Conscientes de ello actuaron los miembros de las 21 tripulaciones participantes en los sucesos del Saratoga, junto con directivos y docentes.
“La noticia llegó cuando nos encontrábamos en un consejo de dirección y todos nos activamos; desde entonces, no se escatimó en horarios ni en esfuerzos”, evoca la Doctora Regla Caridad García Fernández, docente asistencial del SIUM, quien entre sus impresiones guarda los gestos de apoyo por parte del pueblo.
“Había un deseo inmenso de contribuir con cuanto fuese preciso, independientemente de que la logística de nuestro sistema tampoco se hizo esperar”, recuerda.
El director provincial de Salud, Dr Emilio Delgado Iznaga, los llamó a crecerse siempre, no solo en situaciones excepcionales; a mostrar unidad y cuidar la técnica.
Dentro de los predios del hospital Calixto García se revivieron las hazañas de aquellos días en que el dolor no detuvo ni un minuto de quehacer. Por el contrario, les permitió mostrar, en situación tan extraordinaria, la profesionalidad que les caracteriza, por ejemplo, ante una recepción masiva de heridos, con la consiguiente apertura de varios salones de cirugía al unísono y el despliegue de otras estratégicas acciones.
Igual de imprescindibles fueron los del Pediátrico Juan Manuel Márquez, donde cada quien hizo lo suyo: ortopédicos, neurólogos, anestesiólogos, cirujanos, enfermeras…
Y qué decir de los anónimos. En una interrogante que ya contenía en sí misma la respuesta, trabajadoras de puestos de servicios me dijeron: “¿Usted se imagina que no haya quien limpie un salón de operaciones, elabore los alimentos, hierva la leche de nuestros niños o que no exista el camillero…?”. Sin este personal de apoyo una institución de Salud no podría funcionar.
Todos, sin excepción, quedaron representados en esa bandera que hace valer una verdad: las proezas no andan solas.


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