En los ojos de Miguel Enrique Céspedes, director de la Unidad Empresarial de Base de Cubiza Habana, es visible el paso de los angustiosos días de intensa labor en el hotel Saratoga, donde varias máquinas, herramientas y grúas apoyan el trabajo de los rescatistas de la Cruz Roja y de comandos del Cuerpo de Bomberos.

Su voz adquiere un tono diferente cuando refiere la llamada telefónica en la cual le solicitan el apoyo para retirar el camión cisterna de gas que permanecía en la zona del desastre, cubierto de escombros y sobre pedazos del edificio, con la cabina destrozada.

“Me llamó el Coronel Luis Carlos Guzmán, Jefe del Cuerpo de Bomberos de la República de Cuba. Tenía que realizar la intervención de una manera rápida para reducir un gran por ciento del peligro que representaba aquel combustible y la amenaza real de ignición por un desprendimiento de una enorme grieta en la parte frontal superior del hotel Saratoga.

“La posición inestable del camión cisterna sobre los escombros resultaba otro factor de riesgo. Incluso cuando retiramos dos autos, próximos a este vehículo, los bomberos comenzaron a enfriar el lugar. Era la cuestión fundamental, sin otra variable. Entonces seleccionamos una grúa de 160 toneladas de capacidad de levante. Hablamos con el operador, le explicamos a qué nos enfrentábamos, tal como nos advirtieron los especialistas del cuerpo de bomberos.

“Amarramos con lingas, todo bien cronometrado, pensado, no había problemas con el tema de la grúa. La cuestión estaba en lo dicho anteriormente: el desprendimiento de una viga de metal, o un movimiento brusco debido a los escombros que tenía encima y los alrededores. La manguera que abastecía al hotel debimos cortarla. Demoramos unos cuarenta minutos hasta sacarla de aquel lugar y depositarla encima de una zorra.

“Lo más impresionante resultó cuando nos entregaron los walkie-talkies y el Jefe de Bomberos ordenó silenciar el resto de estos equipos de intercomunicación en La Habana. Llegó un momento en que los desechos impiden el izaje del camión cisterna y la grúa comienza a balancearse. Le grité una palabrota a Oliva y le dije: ¡Pa´arriba! ¡Pa´arriba que se va!, porque observé el desprendimiento de los escombros que tenía y provocaban una especie de lastre. Entonces la grúa se posicionó y terminamos la extracción. Por supuesto, después la descargamos en el lugar a donde se trasladó.

“Pero nosotros no somos héroes. Es nuestro pueblo, en una demostración de solidaridad extraordinaria, de los que acudieron a sumergirse entre los pedazos a sacar a sus compatriotas atrapados, de los que fueron a donar sangre y llenaron las capacidades de los bancos, de los que lloraron porque no pudieron ofrecerla porque ya no se admitía más o tenían problemas de presión alta…”.

Fue entonces la primera vez que pude descubrir en los ojos de este gigante, cuyo padre fue uno de los hombres más queridos de la empresa que hoy dirige, de sus palabras emocionadas cuando recuerda su trabajo cerca de Fidel, un par de lágrimas que se escurieron hacia adentro.

Foto: Raúl San Miguel

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