Foto: Raquel Sierra

En el punto más alto de la Avenida de los Presidentes, o calle G, se alza el monumento a José Miguel Gómez,
una construcción rodeada de historia, leyendas, amenazas y salvaciones que vive por estos tiempos una resurrección.

Obra del arquitecto italiano Giovanni Nicolini y sufragada por el pueblo de la ciudad, con aportes individuales cercanos a 20 centavos per cápita, fue inaugurada el 18 de mayo de 1936.

Son varias las leyendas que rodean la construcción, hecha de mármoles, granito y bronce. Una de ellas, sostiene que fue mandada a construir en vida, algo que desmiente la historia, pues se concluyó 15 años
después del fallecimiento del Mayor General, en Nueva York, y 23 después de que el expresidente concluyera su mandato.

Próximo a cumplir sus 86 años, se cuenta que en una época se pensó en demolerlo y que fue Eusebio Leal quien intercedió por él ante Fidel Castro, y logró salvarlo.

Años atrás, una canción propuso tumbarlo, en recordación a la llamada matanza de los independientes de color, un episodio de limpieza étnica perpetrado en 1912, durante el gobierno de José Miguel Gómez.

UN FÉNIX EN CALLE G

Desde noviembre pasado el monumento está en obras. Para algunos, la restauración y la permanencia misma de José Miguel Gómez allí resulta cuestionable.

Otros defienden devolverle la belleza a ese conjunto escultórico. Para Ernesto Miranda, al frente de la
brigada de restauración de mármol de la Oficina del Historiador de la Ciudad que la ejecuta, es un palacio, hecho con los materiales de la mejor calidad y los monumentos forman parte de la cultura universal y deben preservarse.

“Estaba un poco maltratado, con grafiti y pinturas”, dice Lázaro Basnuevo, uno de los obreros del equipo. Hollín, grasa de los carros, filtraciones y descuido encontraron al llegar. Poco a poco, lo sucio comenzó a contrastar con lo limpio. Arena sílice, productos químicos, agua a presión –moderada, para no dañar el mármol– y paciencia, han conseguido borrar nombres y corazones con flechas, que ya son apenas un recuerdo. Según cuentan, avanzada la restauración, los constructores comenzaron a decir que se aburrían al no tener ya escritos en las piedras para leerlos.

Con maña y experiencia han limpiado capiteles, molduras, columnas, logrado recuperar la cubierta, “la peor parte era una cascada cuando llovía, con plantas y todo”. La restauración, comenta Miranda, es
muy cara y trabajosa, hay que tapar los poros, desbastar, pulir una y otra vez.

Para cuando se termine, dice: “Hay que preservarlo para que no llegue de nuevo al estado al que llegó, fregarlo, darle mantenimiento”. Llevará iluminación exterior y se le restituirían réplicas de lámparas cercanas a las originales, para lo cual hicieron también las instalaciones eléctricas. Con décadas de experiencia en obras que van desde el monumento a Calixto García hasta el Cristo de La Habana, Miranda
opina: “Si la gente ve que el monumento está abandonado, lo destruye, y aunque siempre hay sus casos, si lo ve recuperado y limpio, lo cuida”.

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