Por el Malecón que custodia una ancha avenida, quizás la más famosa de La Habana, muchas veces asediada por los embates del mar bravío, con sus seis vías de carriles, rematada por una ancha acera, y rodeada por el célebre muro que sirve de asiento y lugar de encuentro de millares de personas, se observa el andar cotidiano.



Los trabajadores de servicios comunales mantienen limpias las calles y aceras; los albañiles ponen su empeño en embellecer las falladas de los añejos edificios; la policía vela por la tranquilidad ciudadana; una muchacha pasea a su mascota; y otra ejercita mientras disfruta de la brisa del mar.


Sin dudas, nuestro Malecón ha sido y será testigo de sencillas y grandes historias, de amores y desventuras, de amaneceres y puestas de sol, desvelos y añoranzas, de buenos amigos que cantan viejas y nuevas canciones, llenas de sueños y esperanza, pero sobre todo del andar diario de los habitantes de La Habana.
