Eta aún mantiene en jaque al occidente cubano y deja su profunda huella sobre el comportamiento de los meteoros que nos afectarán en el nuevo siglo.

Foto: Raúl San Miguel

La ciudad-hogar despierta bajo el influjo de una tormenta que mantuvo en asedio el archipiélago y específicamente la cola de su amplio espectro de vientos y lluvias sobre el occidente de Cuba.

Durante la madrugada podía escucharse algunas ráfagas de viento conocidas aquí como el “chiflido del mono”, y temprano salí a recorrer las zonas bajas del litoral, donde encontré algunos residentes en la práctica de sus ejercicios matutinos, mientras las olas provocadas por el mar de leva que anunciara el doctor José Rubiera, golpeaban las rocas y el muro a la altura de 12 y malecón como si comenzara el conteo regresivo de la naturaleza sin la fuerza para, en esos momentos desbordar las calles hasta tercera como suele ocurrir.

Foto: Raúl San Miguel

Una intermitente llovizna obliga a tomar resguardo, pero es perceptible en los rostros de los habaneros que todo ha cambiado. La mirada no tiene el peso de la preocupación que les impida realizar su jornada matutina y la precaución es aceptada como parte de la disciplina adquirida durante meses de lucha ininterrumpida contra la expansión de la COVID-19.

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La Habana, esa ciudad que nos resguarda