El décimo mes del año se llenó de letras, apretadas en grandes alas de papel. La ciudad vio nacer su cronista propio, y cada rincón de la urbe se le hizo común, le mostró sus secretos.

Fue un amor a primera vista, entrega absoluta entre esta metrópoli de “columnas y columnatas”, amantes sentados al borde del mar, de atardeceres mágicos y grandes marchas; y los hombres y mujeres, de rostros desconocidos, que transforman en palabras los sueños e intereses de los habitantes de esta majestuosa ciudad, llamada Habana.

Foto: Chelsea Del Sol

Han pasado 40 años desde que el 7 de octubre de 1980 naciera Tribuna de La Habana. Incontables cambios, en cuanto a diseño, ha experimentado el periódico de la capital. Algunas secciones se han transformado, otras ya no existen, y muchos de sus primeros trabajadores ya no están.

Nuevos rostros, casi anónimos, llenan de letras las páginas de papel del ahora semanario y los espacios diarios de su versión digital.

El cronista citadino expandió sus alas y se llenó de colores con la llegada de la cuatricomía a su edición de papel. Ahora el periódico viaja por las redes, dialoga con personas de todo el mundo, habla de cuánto sucede en la capital, y mucho más.

Ya no se escucha el traqueteo de los linotipos, y el plomo hace tiempo dejó de ser parte del proceso productivo. Son momentos distintos, retos diferentes, marcados por la aparición de la COVID-19, por redacciones semivacías, el trabajo a distancia, la premura de las coberturas
en vivo mediante teléfonos celulares.

Sin embargo, la magia que el 7 de octubre de 1980 hizo nacer al periódico de la capital, lejos de desvanecerse, ha echado raíces entre los nuevos trabajadores de Tribuna de La Habana, un periódico joven con 40 años de existencia.