Detrás del cristal observa la intensa labor de los especialistas que realizan la reanimación de un niño en el Hospital Pediátrico William Soler. Los médicos no advierten su presencia. Es una enfermera quien descubre la mirada del Comandante en Jefe, Fidel, y aquel gesto contenido de preocupación y ternura con el cual les dice hacer todo lo posible por salvar aquella vida.

Sobre La Plaza de la Revolución, el azul del cielo es más intenso en aquella mañana fresca de 2016 y se expande en el silencio de los afluentes de pueblo que convergen dentro del Memorial José Martí, para rendir homenaje eterno a quien ofreció como legado el ejemplo y nos acompaña desde su eterna presencia.

Entre los rostros, de varias generaciones, los más bisoños parecían banderas. Nunca vi tanto orgullo en las nuevas simientes de la Patria. Gratitud y entereza. Son, precisamente, los jóvenes quienes han crecido en este empuje que nos recuerda a Mariana, la madre de los Maceo, cuando convocó al más pequeño a empinarse para luchar por la independencia de Cuba.

Volver siempre a Fidel, en el escenario de las nuevas batallas, no puede describirse con palabras. Los enemigos de la Revolución cubana lo observan erguido en cada rostro de los cubanos del Contingente Henry Reeve que anda salvando por todo el mundo a quienes sufren bajo el terrible Sars Cov2. El agradecimiento de millones confirma la frase martiana de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz.

Fidel nos alienta con nuevos bríos a continuar la obra grande por la que todos luchamos. Los ríos, como los hombres, tienen la memoria histórica de la tierra y solo se cumple cuando andan unidos, en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes, como dijera nuestro José Martí. ¡Hasta la victoria siempre, Fidel, Comandante en Jefe!