Las teclas se resisten a seguir liberando palabras. Con la reciedumbre de esos adoquines coloniales que tanto supieron de sus pasos, tan inamovibles como las fortalezas y castillos que amó y protegió, así se niegan a escribir de este absurdo.

Hace unos meses se le vio en la televisión, reinaugurando el restaurado Castillo de Atarés. Fue entonces cuando nos dejó la clave, la contraseña; tan pública y visible que no nos dimos cuenta:

“Perdónenme que haya tenido que estar un poco sentado, porque estoy un poco fatigado; pero la fatiga no es el resultado de lo que no ha podido vencerme, ni derrotarme, es que vengo caminando hace mucho tiempo, hace muchas décadas, hace muchos siglos, el verdadero misterio es que yo viví hace siglos en otros cuerpos y estuve aquí cuando se construyó el castillo. Muchas gracias”.

Cuánta razón tenía. Nada lo había vencido ni derrotado. Y es que los hombres que como él vienen al mundo desbordando decencia, pasión, decoro y Patria, cuando echan a andar, no hay  nada ya que los frene o los borre. Si se detienen, como Eusebio ha hecho este 31 de julio,  es solo para hacer  un alto en el camino.