Cuando celebramos, este domingo, el Día de la Rebeldía Nacional, como homenaje al aniversario 67 de los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, las miradas se tornarán hacia la Plaza de la Revolución que llevamos dentro, como parte de la memoria histórica de una nación que inició sus luchas por la independencia en 1868 y mantuvo su unidad para las nuevas contiendas.

Evocamos el ejemplo digno de uno de sus más grandes hijos, nuestro José Martí, quien llevó con la fundación del Partido Revolucionario Cubano, la simiente del ideario que condujo a Fidel –en el año de su centenario–, el compromiso de liberar a la Patria.

Como toda la nación, La Habana enfrentó una de las enfermedades más letales sobre el planeta. La COVID-19 dejaba de ser una referencia lejana. El sistema de Salud y los centros científicos pertenecientes a este polo capitalino aceleraron las variables de fármacos que pudieran frenar el impacto de las dantescas escenas de muertes vividas en otras latitudes, debido a la pandemia. Por supuesto, había razones de la alta dirección del Partido y el Gobierno para establecer las regulaciones sanitarias imprescindibles que involucrarían a todo el pueblo, bajo la dirección del Consejo de Defensa Provincial.

Por entonces, las expectativas y la incertidumbre marcaban el peso de las horas, el tiempo –por vez primera– tenía una consistencia densa y oscura. Sin embargo, dentro de las instalaciones científicas habaneras no resultaba perceptible el cambio entre el día y la noche, solo el agotamiento físico podía advertirse en la mirada de nuestros investigadores, a través de sus rostros cubiertos por los medios de protección donde la sonrisa oculta se mostraba con un gesto de los brazos al centro del pecho.

Se pusieron a prueba la efectividad del sistema de transporte, de organismos y entidades, para el aseguramiento logístico frente a las previsibles contingencias causadas por la enfermedad. La Habana celebraba el Primero de Mayo con un nuevo compromiso que se extendió por todo el país. Una vez más ofrecía su ejemplo en las miles de historias que permanecerán en el anecdotario de quienes fueron protagonistas de la unidad necesaria en la batalla. Basta citar la dimensión del riesgo asumido durante el traslado de enfermos, los requerimientos especiales para la navegación aérea, en condiciones de urgencia, el tránsito por la capital del país hacia el Aeropuerto Internacional José Martí de los pasajeros del crucero británico MS Braemar de la compañía Fred Olsen Cruise.

La actitud de los combatientes del Ministerio del Interior, en coordinación con las Fuerzas Especiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en los rostros bisoños de sus efectivos, en la participación de los estudiantes de Medicina durante las pesquisas casa por casa, de los universitarios habaneros, por ejemplo, vinculados directamente al envase de hipoclorito de sodio, la creación de dispositivos robóticos – en la Universidad Tecnológica de la Habana José Antonio Echeverría, CUJAE–, de la Universidad de las Ciencias Informáticas –devenida en centro de aislamiento–, de la nueva dimensión alcanzada por el sistema primario de salud, en la activación de los Consultorios del médico y la enfermera de la familia.

Este 26 de julio, la capital mantiene sobre sus hombros la mirada esperanzada de millones de personas de todo el archipiélago cubano en la lucha contra la COVID-19. Tamaña responsabilidad nos lleva a respirar un poco más tranquilos, pero no confiados en las siguientes jornadas.