El transcurso de la vida, con sus acontecimientos, marca el pulso de las personas e incluso también de las naciones. De tal manera el almanaque nos devuelve, en lo sucesivo, días tristes o días de jolgorio. También están aquellos otros, en los cuales sobreviene una mezcla de tales sentimientos.

Desde hace ahora 67 años, el 26 de Julio pasó a ser para los cubanos de las más gloriosas conmemoraciones en la historia patria, pero lamentablemente hablamos de una gloria que nació abonada con sangre de algunos de los mejores hijos de la Isla.

Los asaltos a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, el cuarto domingo del séptimo mes de aquel doloroso 1953 cubano, si bien es verdad que constituyó un fracaso desde el punto de vista militar, fue tanta la repercusión social y política de los acontecimientos, que terminó por despertar a la aletargada conciencia nacional, por la tremenda sacudida ahora sí resuelta a no dejar sepultar al más legítimo pilar de las ideas independentista nacionales, sobré quien posó la mirada, esperanzada, para levantarle para siempre en brazos.

De acuerdo con los investigadores José Leyva Mestre y Mario Mencía, estuvieron involucradas 158 personas en las acciones del 26 de julio, de ellos, 121 no llegaban a los 30 años de edad. Luego de las acciones, más de 50 fueron alevosamente asesinados por los esbirros batistianos.

El plan de ataque fue minuciosamente preparado y de no haber fallado el factor sorpresa, el Moncada, la segunda fortaleza militar de la Isla, hubiese sido tomada y la tiranía derrocada.

Sin embargo, el curso posterior de los acontecimientos hizo del revés una victoria: Los jóvenes de la Generación del Centenario (de Martí) señalaron cuál era el único camino posible para poner fin a la opresión y hacer de Cuba una Patria verdaderamente libre; ellos plantaron semilla, y el pueblo le secundó presto en el afán de hacerle germinar; había vuelto a iniciarse la Revolución de Céspedes, Agramonte, Martí… y emergido un líder capaz, aglutinador.

Antecedentes

Fue un lunes, tal vez entre los más nefastos que le ha tocado vivir a los cubanos. El golpe militar del 10 de marzo, sumió al país en brutal y sangrienta tiranía. La asonada cuartelaría echó por tierra las normas y estructuras sobre las cuales se erigía el discurrir político y social de lo que era una caricatura de República, asentado en la Constitución del 40, Ley de leyes, con las limitaciones impuestas por la propia sociedad burguesa que representaba, pero torpedeada por principios democráticos logrados por la presión popular que, si bien eran solo respetados a medias, garantizaban un desenvolvimiento más o menos normal de la nación.

Carlos Prío, el depuesto presidente, y los integrantes del partido que representaba, Auténtico, no se sentían capaces de contrarrestar el “madrugonazo” y tampoco aceptaron el ofrecimiento del estudiantado universitario, quienes representados por los dirigentes de la organización que les agrupaba -FEU-, solicitaron armas para defender el orden constitucional.

El Partido Socialista Popular era entonces minoritario y perseguido. El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), si bien gozaba de la simpatía popular (ganada al calor del frontal enfrentamiento contra la corrupción política-administrativa, librado por su fundador, el Doctor Eduardo Chibás), no supo encauzar el sentimiento popular antigolpista.

Pero ahí estaba Fidel Castro, un joven abogado comprometido con los destinos de la Isla y las mejores causas, a cuyo entorno se nucleaban cientos de seguidores no viciados y con proyecciones revolucionarias que militaban en la juventud ortodoxa, y apostaban a la lucha armada para sacar a Batista del poder.

En esas circunstancias, Fidel decide crear un movimiento para revindicar la figura y las ideas de Martí y fue a las capas más humildes –de las entonces provincias de La Habana y Pinar del Río– a reclutar a sus integrantes. Eran en su mayoría humildes jóvenes trabajadores, que amaban a Cuba. Concibe una acción armada que encendiera la llama de la insurrección contra el régimen de facto. Ese sería el camino para la toma del poder político y llevar adelante la Revolución frustrada que los patriotas de 1868 habían iniciado. Ya no era aconsejable ni posible volver a la Constitución. Nacía así el proyecto de ataque al Cuartel Moncada.   

La Habana

No puede desligarse a la capital del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Fue en su universidad donde Fidel se hizo revolucionario. Aquí pensó y preparó las acciones.

Suman más de 130 los lugares, instalaciones y acontecimientos, que ubicados o acaecidos en sus predios guardan relación con los héroes y mártires de aquella clarinada: casas natales o de residencia, puntos de contacto o reunión, sitios de entrenamiento, armerías y puntos de partida.

Casi una treintena del total de participantes en los acontecimientos eran habaneros puros (nacieron y siempre vivieron en la capital). Otros 10 plantaron residencia cuando todavía eran niños o apenas unos adolescentes. También los hubo que aunque llegaron ya jóvenes –el propio Fidel fue uno de ellos-, sucumbieron a sus encantos y terminaron abrazados a la gran ciudad.

Otros participantes conocieron ya en La Habana a Fidel, desfilaron con antorchas encendidas para revivir a Martí, justo en el año de su centenario; donaron salarios y valiosas pertenencias para financiar las compras de armas y pertrechos, confeccionaron los uniformes del ejército que vestirían para despistar, y se entregaron a los entrenamientos.

Además de un trío, a otras ocho parejas de hermanos la coincidencia de ideales los llevó a tomar parte en las acciones, de estos últimos, cuatro eran capitalinos: Julio y Pedro Trigo López, y Manuel y Virginio Gómez Reyes, de Calabazar y Marianao, respectivamente. 

Parafraseo a Enrique Ubieta, aquel 26 de julio de 1953 en el oriente cubano, el reloj de la historia volvió a ponerse en marcha. La cuerda se la dieron en la capital.