La familia unida por la semejanza de las almas es más sólida, y me es más querida, que la familia unida por las comunidades de la sangre.
José Martí.
Velar porque se cumplan todas las medidas higiénico-sanitarias dictadas para estos tiempos de pandemia, constituye el mayor reto de los trabajadores del Hogar de Niños sin Amparo Familiar del Cotorro. Sobre la vida de esos infantes, Roger Castro Gómez, licenciado de defectología y director del Hogar, conversó brevemente con la prensa.
Así pudimos conocer que el centro tiene cubiertas las 24 capacidades con que cuenta, y que todos esos niños -con edades comprendidas entre los 6 y los 18 años- tienen sus nasobucos como medida de protección. A ello se suma el hecho de contar con agua clorada para la limpieza de las manos.

Si algo ha variado en esta época de COVID-19, es el hecho de que todas las actividades se hacen dentro del hogar, motivo por el cual los que se encuentran en edad escolar continúan sus estudios mediante las tele clases que se imparten por la televisión. En el interior de la residencia, pudimos constatar como en los seis dormitorios existe un televisor, además de uno ubicado en un área común, sitio donde varios niños se daban cita para juntos, ver los “muñequitos”.

El colectivo de ese centro, formado por 31 trabajadores, labora de forma escalonada, en turnos de 24 horas por 72, conformados por cuatro personas, con un miembro del consejo de dirección y una enfermera presente en cada turno. A esos niños, -11 muchachas y 13 varones- provenientes en su mayoría de hogares disfuncionales “hay que brindarles toda la atención y amor posible –explica Castro Gómez-, nosotros tratamos que sientan el hogar como su casa. La peculiaridad es que esta es una familia muy numerosa”.
La estadía de los niños en esos centros depende de varias causales. Están los que llegan porque sus padres se encuentran presos en centros penitenciarios, en esos casos, su permanencia depende del tiempo que sus progenitores permanezcan recluidos. Otros permanecen hasta la mayoría de edad, como son el caso de huérfanos, u otros que sus padres han perdido la Patria Potestad.

Lograr la convivencia entre niños de tan diversas edades, máxime en estos tiempos en que es necesario mantenerse sin salir del hogar, es complejo. Sin embargo, gracias al amor que allí reciben por parte de los “papis” y “mamis” que les atienden, ese desafío se ha logrado vencer.
A Zulima, de siete años, parece que las grabadoras la cogieron por sorpresa y contesta con un solo monosílabo a todas las preguntas, BIEN. Lobe dice que se siente bien, porque le gusta mucho ese lugar. Otros pequeños, tras el primer momento, parecen perder el miedo y se suman a la conversación sin mediar nombre, uno dice “portarnos bien”; otros “retozar”; “Jugar”; y hasta hay quien dice “dormir”.

La pandemia, lejos de alargar el rostro de estos niños y niñas, ha venido a unirlos más. Los trabajadores del Hogar saben de la importancia de su quehacer, de ahí que le den todo su amor a esas “personitas” que tienen a su cargo, para que mañana sean personas de bien, pues como dijo Martí: “Los niños son la esperanza del mundo”.

Labor encomiable,muy humana,de corazón gigante ,salud y éxitos cotidianos les deseo.