El hombre, amputado de las dos piernas, sentado a la deriva en su silla de ruedas, bajo el fuerte sol del mediodía, la miró desesperado buscando apoyo. Ella, una inspectora de ayuda a los pasajeros, con un corazón admirable, trató de auxiliarlo. Pero un joven chofer, de una van (o camioneta), no quiso colaborar de ninguna manera; a pesar de las distintas variantes que ella le sugirió. Y lo dejó allí “botado”, debajo del sol, sumergido en la incertidumbre.

La inspectora, Yaquelín Díaz Mirabal, repleta de entusiasmo, es fija en uno de los puntos ubicados en la populosa avenida de Rancho Boyeros, reaccionó molesta: “Me dolió mucho. Me indignó”.

El afectado hasta sonrió. “No es la primera vez que me pasa”, dijo sin tener ni la más remota idea de cómo y cuándo podría llegar a casa tras un pase de fin de semana que le dieron en el hospital de rehabilitación Julio Díaz.

La vi trabajando durante varios días, no uno solo, orgullosa de su función, de poder ayudar a la población, de llevar su uniforme azul, levantar la tablilla, sacar de aquel “hueco”, lo antes posible, a cuántos pueda.

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“Soy fundadora de los inspectores. Llevo más de 30 años en esta labor. Fui jefa de los inspectores en Boyeros”, me contó ese día sin entretenerse y dejar que se le escapara un carro.

Otro día me recibió muy feliz: “El chofer de ese automóvil, el P55667, que es particular, ha parado por su propia voluntad para ayudar. Eso no lo hace casi nadie. A veces lo que ocurre con algunos estatales de verdad da pena”.

¿De dónde sale esa marcada vocación por hacer tan bien su trabajo, por ayudar a todos a viajar lo antes posible? “Mi familia es de Melena del Sur. Sufro al ver las dificultades para transportarse”, responde. No la intimidan ni el sol, ni los choferes insensibles. Ella se encuentra allí para ayudar. Lo hace de forma incansable, sin que le falte el buen humor. Una energía impregnada de educación. Ah y buen trato. Ojalá la imitemos, con su corazón admirable…